domingo, 10 de diciembre de 2017

El pato


Julio 2001-
¡Estos niños, siempre tan inquietos y pedigüeños!
Particularmente en tiempo de vacaciones y visitando a los tíos, todo les entusiasma y les llama la atención.
Sus tíos no dejan de atender todos sus antojos. Aunque entiendo, esto pasa porque no los ven seguido y cuando los visitamos la intensión es complacerlos y mimarlos.
Todo comenzó con la idea de visitar el mercado aquel sábado de mañana.
 Habíamos llegado la noche anterior desde Los Ángeles.
El día era esplendido y diáfano, el cielo azul sin nubes, propicio para una buena caminata al aire libre entre las históricas calles de nuestro pueblo natal.
Los niños saltaban felices entre los adoquines, cuesta arriba de la calle que llevaba al centro.
Muchos vecinos rumbeaban en la misma dirección, todos se saludaban y parecían entusiasmados y ansiosos de llegar a hacer las compras, rutina de cada sábado en el pueblo.
Llegando a la calle donde se encontraba el mercado al aire libre, todos los sentidos se abrían a los colores, sabores, olores, texturas y las voces de los feriantes que sin más ni más vociferaban a toda voz sus mercancías.
Frutas maduras de la estación, mangos, plátanos, papayas, jícama, guayabas, sandias, así como todo tipo de verduras de la estación jitomates, calabazas, cebollas, gran variedad de chiles frescos, traídos desde diferentes regiones; chipotle, serrano, pasilla, habanero y sabrá Dios cuanto más.
Entre ropas típicas, comidas caseras, utensilios de cocina, artesanías y cerámicas llegamos al sector de los animales domésticos.
Los niños quedaron atrapados bajo el encanto de esta sección.
Conejos, pollitos y cabras.
Loros, codornices, gallinas y gallos.
Patos… los niños quedaron prendados de uno pequeño y vivaracho que los seguía por la jaula al tiempo que ellos se movían de un lado al otro.
- ¿Mamá, me lo compras?  Mira que chiquito y bonito es. ¿sí? – Pidió Cristóbal, el más pequeño.
- ¿Cómo te lo he de comprar, si estamos acá de vacaciones? Más luego tendremos que regresar a casa en avión. ¡Imposible!
Allí fue que intervino, mi hermano, el consentidor… - Yo se lo regalo hermana, y lo dejas en casa, lo pondré en el fondo con las gallinas y el año que viene cuando regresen el niño lo vera nuevamente ya convertido en un pato grande.
Entre mi hermano, mi cuñada y los ecuincles que no paraban de pedir, no pude decir que no, así que sin muchas opciones pusieron al patito en una pequeña caja de cartón y con las provisiones ya adquiridas en el mercado regresamos a almorzar a la casa.
Las próximas semanas fue una inseparable amistad entre Cristóbal y Nicolás, mis hijos, y el pato Patin, al que así apodaron.
No había lugar al que no lo llevaran.  A la casa de los otros familiares, a la plaza, a los lugares históricos, a lo de los amigos de mi hermano, de paseo al rio, días de lluvia o de sol.
En la casa de mi hermano, adentro o en el fondo, siempre estaban jugando con el dichoso patito.
Con una caja de madera, que un vecino les dio, fabricaron la casita del pato.  La pintaron con tempera roja y verde y con palitos pegados le inventaron las ventanas. Al frente de la caja, en grandes letras de imprenta de color amarillo escribieron “Patin”.
Los días se fueron pasando rápidamente y las vacaciones llegaron a su fin.
El momento de despedirse de la familia y del pato llegaba, así como la angustia y tragedia que esto acarreaba en el corazón de Cristóbal y Nicolás, entre lágrimas y suspiros ahogados.
Tomamos el vuelo de regreso a casa en la temprana tarde de un día caluroso y bajo una persistente lluvia.
Los niños quisieron vestir sus chamarras a pesar del calor ya que no las querían llevar en la mano para que no les incomodara y porque no tenían lugar en sus mochilas.
Llegando a Los Ángeles, pasamos inmigraciones y aduanas sin ningún inconveniente y rápido tomamos nuestras maletas del carrusel del desembarque.
Muy por el contrario de lo que yo pensaba, al llegar a casa, los vi contentos y animados, cosa que me llamo la atención luego de la angustiosa despedida.
Estaba en la cocina enjuagando unos trastes, cuando me pareció que la mente me estaba jugando una broma, al oír el graznido del pato. 
Me sequé las manos muy rápido dirigiéndome a la sala, cuando para mi sorpresa me encontré a Cristóbal y Nicolás muertos de la risa, sentados en el piso con el pato entre ellos.
Me contaron que se lo habían metido dentro de la chamarra de Nicolás y viajaron con el todo el tiempo, sacándolo de a ratitos cuando iban al baño en el avión. ¡Quedé muda ante semejante sorpresa!

Como se imaginarán, con el tiempo el dichoso patito creció y resultó no ser un “pato” sino un “ganso” protector de la casa y siempre amigo de mis traviesos hijos.