jueves, 29 de septiembre de 2011

El poeta enamorado

El poeta enamorado

El poeta dio un paso adelante, en la plataforma de madera que circundaba la casa. Justo aquella parte faltante de la barandilla gris.
Sin mayores aspavientos quedo colgado así como lo había pensado tantas veces, con la lengua afuera y un hilillo de saliva que se le escapaba por el costado de la boca.
Del sauce llorón junto a la casa pendia su cuerpo con la fresca brisa que la mañana traía del arroyo. Luces y sombras arrullaban su rostro barbado de dos días. La camisa blanca se dejaba ver por entre los agujeros de su gastado y manchado suéter de lana gris.
Tantas veces le escribió sin saber que aquel paso era lo único que lo separaba de ella, la muerte.
Adentro, el mate quedo sobre la mesa junto a la pava con el agua aun tibia y un último poema en su cuaderno escrito con un lápiz despuntado a fuerza de un cuchillo filoso.
Tantos amores falsamente vividos, tantas palabras llenas de emoción pero vacías de vivencias; quedaron suspendidas en los renglones de aquel cuaderno gastado.
Suspiros y mas suspiros, así había sido la vida del poeta mirando pasar la vida como tras la ventanilla de un tren sin estaciones.
Siempre describiendo situaciones observadas tras la mesa de un café.
Cosas que otros vivían, palabras que otros decían, besos que otros se daban en la oscuridad de un callejón solitario. Los otros eran siempre los protagonistas mas nunca el.
El poeta tenia los pies gastados de tanto andar por calles llenas de gente y el corazón pesado a fuerza de la excesiva soledad.
La muerte, vestida de mujer, extendió una mano y llamo al poeta por su nombre. Este la asió fuertemente, dando un paso adelante en la plataforma de madera. La tomo por la cintura, diciéndole: “amor mío, ¡ por fin has llegado!¡ tanto que te he esperado!” . Luego la beso lentamente y sin prisa la tomo por el hombro.
Ambos se alejaron por el sendero arbolado hasta desvanecerse entre la maleza que lleva al río.

martes, 20 de septiembre de 2011

Fulminante

FULMINANTE

La tormenta anunciada desde temprano por los noticieros no se hizo esperar.
Viento y lluvia azotaban sin pausa los árboles y el tendido eléctrico del barrio.
Los relámpagos descargaban su furia en el anubarrado horizonte, proyectando la luz enramada en aquel cielo violento; retumbando después la tierra como el eco de un golpe lejano.
Dentro de la casa las palabras dolían. No había pausa ni sosiego. El aire era un cerrado círculo sin espacios, colmado de nubarrones aun más negros que los que cercaban el cielo exterior.
Dolores, sola, sentada en su cama se tapaba los oídos. No quería oír.
No eran precisamente los truenos, a los que tanto temió en otro momento el motivo de su angustia .
Eran los gritos los que la sacudían una y otra vez rebotando en su cabeza, saltando en las paredes o metiéndose por debajo de la ranura de la puerta.
El hámster en su caja de vidrio corría frenéticamente en la rueda que emitía un molesto sonido agudo, como si quisiera alejarse de aquella situación incomoda.
Los papas de Dolores estaban discutiendo desde varias horas atrás.
La discusión se inicio por una pavada, como era usual, pero con los minutos una palabra irónica trajo otra palabra mal intencionada y poco a poco la ira salió a la superficie como una eczema que se rasca y se va extendiendo por el cuerpo, salvaje y urticante.
Viejas situaciones arrastradas, heridas del alma no curadas, disparados como dardos entre marido y mujer .
El orgullo, el brazo a no torcer, el “por que tu siempre” o el “por que yo nunca” generaron una bola de nieve imposible de frenar.
Palabras hirientes, insultos ácidos y golpes en las paredes llevaban a la pareja por un camino sin retorno, repleto de abismos por donde ambos rodaban cuesta abajo.
Fue todo tan rápido… Con tanto griterío ni se dieron cuenta cuando la ráfaga de viento abrió inesperadamente la puerta de la vivienda, entrando por la misma un rayo que fulmino instantáneamente a los dos . De estar rojos de ira, quedaron negros como el carbón.
Dolores no le teme a los truenos.
En las noches de tormenta, su abuela la abriga y le lleva leche tibia a la cama mientras le lee un cuento antes de dormir.