Nunca me he podido quejar de mi salud. Dentro de los normales resfrios del invierno o el empacho sufrido luego de un atracón de chocolates cuando mi novio me dejó, mi salud ha sido lo que se le puede decir normal.
Todo comenzó aquel otoño cuando falleció la tía de mi compañera de trabajo.
Según Josefina, la tía, siempre tuvo una salud de hierro, pero de un día para otro, la pobre enfermó y murió en el termino de 15 días. Claro que cuando se tiene 80 años, ya se ha vivido mucho y un mal viento o un resbalón inesperado puede llevarte al otro lado sin mayores preámbulos.
Josefina, estaba preocupada por el gatito de la tía, que por lo visto nadie de su familia podía darle nuevo hogar.
Anduvo un par de días en el trabajo preguntando a unos y a otros si querían al gatito, sin nadie decidirse.
Finalmente tomé la valentía de tomar aquella responsabilidad y llevármelo a casa.
Cuando lo vi me enamoré. Era una cosita hermosa. Vivaracho y comprador, color gris plomo, por eso lo bauticé así, Plomo.
Cariñoso y compañero, de aquellos que quieren estar a tu lado día y noche, con aquel ronroneo de motor cada vez que lo acaricias.
Cuando llegó al departamento, era como si hubiera vivido allí toda la vida. Casi de inmediato se puso a jugar con un ovillo de lana que estaba en el suelo, cuando se cansó, se acostó en el sofá y se quedó dormido a mi lado mientras miraba la tele. Más tarde le di de comer, y no hace falta decirles que se acostó a los pies de la cama sin más ni más.
Todo estaba muy bien, hasta que pasada la primer semana de Plomo en casa comencé a advertir cosas extrañas.
Noté que las plantas del departamento y del balcón comenzaron a marchitarse y secarse con una velocidad asombrosa, quedando solo ramas y hojas crujientes en absolutamente todas las macetas donde antes tenía prósperos potos, geranios y hasta claveles en flor.
Una tarde, en el patio del fondo vi a Plomo acorralar una rata en un rincón.
La rata muy lejos de correr, se quedó estática mirando al gato; al cavo de unos segundos cayó redondita como si le hubiera dado un paro cardiaco.
Plomo salio caminando muy campante como si nada hubiera pasado.
Repentinamente, mi salud empezó a amedrentarse. Me sentía agotada, cansada sin energías de nada.
Los fines de semana mis amigas me llamaban para salir a comer o para ir al cine, y yo apenas podía levantarme. Pasaba durmiendo todo el día.
Pedí unos días en el trabajo, y aproveché para pedir cita con el doctor, pensando que tendría anemia o algún problema de tiroides que me causara tan extremo cansancio, pero nada! todo estaba normal.
Una noche algo me despertó, la inequívoca sensación de que alguien me estaba observando.
Allí encontré a Plomo a mi lado mirándome con unos intensos ojos rojos, como si me quisiera robar el alma. Saque energías de no se donde y atiné instintivamente a tomar el crucifijo que me regaló mi abuela y que siempre tengo en la mesita de luz.
Fue ver aquel crucifijo, y el gato salió corriendo como alma que lleva el diablo, maullando de manera aterradora rumbo a la ventana que estaba abierta, dando un salto. Inmediatamente corrí tras él para ver que rumbo había tomado, ya que vivo en un quinto piso, pensando verlo correr por la calle, pero nada, ni rastros del gato.
Al otro día amanecí como nueva. Fui a trabajar con renovadas energías. Desde entonces volví a ser la de siempre.
Esta mañana me crucé con Sarita, mi vecina de la vuelta, la vi muy desmejorada y le pedí acompañarla hasta su casa.
Llegando a su casa con horror observé que desde la ventana de la cocina un gato gris nos observaba atentamente.
Todo comenzó aquel otoño cuando falleció la tía de mi compañera de trabajo.
Según Josefina, la tía, siempre tuvo una salud de hierro, pero de un día para otro, la pobre enfermó y murió en el termino de 15 días. Claro que cuando se tiene 80 años, ya se ha vivido mucho y un mal viento o un resbalón inesperado puede llevarte al otro lado sin mayores preámbulos.
Josefina, estaba preocupada por el gatito de la tía, que por lo visto nadie de su familia podía darle nuevo hogar.
Anduvo un par de días en el trabajo preguntando a unos y a otros si querían al gatito, sin nadie decidirse.
Finalmente tomé la valentía de tomar aquella responsabilidad y llevármelo a casa.
Cuando lo vi me enamoré. Era una cosita hermosa. Vivaracho y comprador, color gris plomo, por eso lo bauticé así, Plomo.
Cariñoso y compañero, de aquellos que quieren estar a tu lado día y noche, con aquel ronroneo de motor cada vez que lo acaricias.
Cuando llegó al departamento, era como si hubiera vivido allí toda la vida. Casi de inmediato se puso a jugar con un ovillo de lana que estaba en el suelo, cuando se cansó, se acostó en el sofá y se quedó dormido a mi lado mientras miraba la tele. Más tarde le di de comer, y no hace falta decirles que se acostó a los pies de la cama sin más ni más.
Todo estaba muy bien, hasta que pasada la primer semana de Plomo en casa comencé a advertir cosas extrañas.
Noté que las plantas del departamento y del balcón comenzaron a marchitarse y secarse con una velocidad asombrosa, quedando solo ramas y hojas crujientes en absolutamente todas las macetas donde antes tenía prósperos potos, geranios y hasta claveles en flor.
Una tarde, en el patio del fondo vi a Plomo acorralar una rata en un rincón.
La rata muy lejos de correr, se quedó estática mirando al gato; al cavo de unos segundos cayó redondita como si le hubiera dado un paro cardiaco.
Plomo salio caminando muy campante como si nada hubiera pasado.
Repentinamente, mi salud empezó a amedrentarse. Me sentía agotada, cansada sin energías de nada.
Los fines de semana mis amigas me llamaban para salir a comer o para ir al cine, y yo apenas podía levantarme. Pasaba durmiendo todo el día.
Pedí unos días en el trabajo, y aproveché para pedir cita con el doctor, pensando que tendría anemia o algún problema de tiroides que me causara tan extremo cansancio, pero nada! todo estaba normal.
Una noche algo me despertó, la inequívoca sensación de que alguien me estaba observando.
Allí encontré a Plomo a mi lado mirándome con unos intensos ojos rojos, como si me quisiera robar el alma. Saque energías de no se donde y atiné instintivamente a tomar el crucifijo que me regaló mi abuela y que siempre tengo en la mesita de luz.
Fue ver aquel crucifijo, y el gato salió corriendo como alma que lleva el diablo, maullando de manera aterradora rumbo a la ventana que estaba abierta, dando un salto. Inmediatamente corrí tras él para ver que rumbo había tomado, ya que vivo en un quinto piso, pensando verlo correr por la calle, pero nada, ni rastros del gato.
Al otro día amanecí como nueva. Fui a trabajar con renovadas energías. Desde entonces volví a ser la de siempre.
Esta mañana me crucé con Sarita, mi vecina de la vuelta, la vi muy desmejorada y le pedí acompañarla hasta su casa.
Llegando a su casa con horror observé que desde la ventana de la cocina un gato gris nos observaba atentamente.