Éste cuento me lo contó Achu, quien también me pidió que lo escribiera por él.
Las vacaciones de Miriam Torres.
Varias eran las cosas que a Miriam le pesaban además de los años. Un cortante divorcio, un molesto reumatismo y lo que más dolía... una soledad clavada en el corazón.
El hastío de su trabajo rutinario fue reemplazado un día por una jubilación temprana, y una confinación domiciliaria.
Un tumulto de palomas en un pasadizo angosto, fue suficiente para que Miriam trastabillara, resbalando y cayendo, dejando así vacante el puesto que ocupó por más de 30 años como inspectora de obras estatales.
Los achaques del reuma, sumados a éste mal golpe, hicieron a Miriam recorrer un largo peregrinaje por los consultorios médicos de varios doctores especialistas en el tema.
Un día esperando su turno, conoció a una señora que le recomendó los maravillosos poderes de las aguas termales que se encontraban en un pueblito minero al norte del país.
Luego de un par de semanas, localizado el pueblito recomendado, arregló por teléfono su estadía. Nada había que perder por probar éste nuevo tratamiento tan diferente a todo lo que antes había hecho. Al menos saldría de la rutina y se tomaría unas buenas vacaciones, pensó.
Miriam dejo su Michi Fuz con la vecina, comprando por Internet el billete de tren que la llevaría al pueblito minero.
Era el principio del verano, la estación estaba llena de pasajeros que iban y venían alegremente con convenientes valijas rodantes, buscando los nombres de destino en los andenes.
Para Miriam todos iban acompañados menos ella que siempre estaba sola.
El lugar entre las sierras prometía ser encantador. Peñascos, ríos y bosques asomaban por la ventanilla del tren al amanecer. Miriam entreabría los ojos en el entrecortado sueño para saborear aquel calmo paisaje.
Pepa, una mujer, bajita tetona y alegre la recibió calidamente en el hospedaje.
Con la valija de Miriam en mano, la acompañó hasta la habitación reservada, para mostrarle todo, indicándole también los horarios a las termas y la ubicación de los diferentes lugares que había en el pueblo.
- Este ha sido un pueblo minero desde hace un par de siglos. Pero con la maravilla de éstas aguas termales, los paisajes y el buen aire, desde hace unos cuantos años también nos hemos hecho zona turística, comentó Pepa entre risa y risa.
Muy temprano, antes del amanecer, Miriam se levantó a tomar un vaso de agua.
A través del vidrio esmerilado de la ventana, a la media luz que daba el farol del patio, vio una pareja besándose. Él llevaba sombrero y ella parecía tener una bata.
-Hasta la tarde Julito- dijo ella entre susurros.
El sol despuntaba en la ventana y la lejana sirena de entrada al primer turno de la mina rompió el silencio, dando por terminada la noche, invitando a los pájaros a inaugurar el día con sus trinos a todo volumen.
Miriam desayunó en el café de la esquina que estaba lleno de turistas esperando por la Volkswagen que los llevaría a las termas.
Todos estaban felices, hablaban y reían . Nadie se conocía pero el aire puro, las vaciones y la promesa de unos días de relax, creaban un ambiente ameno, donde Miriam se sintió parte, dejándose llevar por la compañía, olvidó por un momento su cotidiana y punzante soledad.
Superadas sus expectativas, regreso por la tarde, fresca y renovada; como más liviana.
Las aguas termales de la sierra no solo le habían lavado la piel y aliviado el reuma, también le habían sacado el polvo a su alma amarillenta.
La opulenta cena les esperaba servida en el patio del café, el mismo donde había estado aquella mañana. Había un frondoso árbol decorado con bombillos de colores, blanca vajilla sobre un prolijo mantel crema, todo era simple y agradable. Entre charla y charla , el grupo de turistas, en su mayoría señoras de la edad de Miriam se había hecho una pandilla similar a una bandada de gritonas cotorras. Todas hablaban y reían a la vez.
Los platos entraban y salían vacíos por la parte posterior del patio que daba a la cocina.
La señoras comían con gran entusiasmo, sin duda el aire de la sierra abría el apetito y la comida estaba deliciosa.
Mojaba el pan en el último resquicio de comida que le quedaba a Miriam en el plato, cuando escuchó nuevamente una sirena lejana.
Justo el mozo estaba a su lado y le preguntó que era aquel persistente sonido que las demás no parecían percibir.
Como Miriam había pensado, el mozo le confirmó que era la sirena de la mina que marcaba el fin de aquella jornada.
Una a una las turistas se fueron marchando a sus hospedajes, con la promesa de verse al otro día.
Miriam regresó sola . Pepa sentada en el sofá de la recepción le dio las buenas noches mientras miraba la TV novela de la hora. La invitó a sentarse a mirar con ella la tele.
Miriam prefirió pasar la invitación, argumentando que estaba cansada. En realidad la TV novela le traía el recuerdo de su gris piso de ciudad y su diaria rutina solitaria, por eso prefirió seguir de largo, y no romper el encanto de aquel hermoso día.
Se sentó en el patio, al fresco de la noche, entre el perfume dulce de los jazmines, mirando la luna nueva.
No pasaron ni 10 minutos cuando unos pasos se sintieron venir desde la calle.
Era un muchacho joven y apuesto de sombrero y saco gris gastado.
Tenia la cara sucia de carbón. Se paró delante de ella, le sonrió haciéndole una reverencia con el sombrero y la saludó. - Buenas noches, con permiso - dijo.
Adelante- contestó Miriam.
La puerta del último cuarto del fondo se encendió, Miriam vio como se abría y salía una joven mujer a recibirlo y besarlo. -Julito mi amor, ¿ cómo te fue? La puerta se cerró tras ellos.
Miriam recordó sus años de juventud y a su esposo. Cuando era ella, así como la muchacha del fondo , la que lo salía a recibir a la puerta. Le tenia la comida lista conversando y riendo sin parar.
Los años, el tedio y los hijos que nunca llegaron... la otra mujer, mas joven y fértil que le dio otro hogar... Pero, ¡ basta! no quiero pensar en cosas tristes hoy -se dijo, y por eso se fue a dormir en aquel instante.
El episodio del amanecer, los besos a la madrugada en el patio y el susurro de - adiós Julito, hasta la noche mi amor- Se repetían diariamente.
Una mañana mas tempranito que de costumbre , salio Miriam de su cuarto cruzándose con Lourdes, la joven esposa de Julio.
Ella la saludó muy amablemente. Era morena y muy bonita ciertamente. Llevaba un canasto de mimbre para ir al mercado en una mano y el monedero en la otra. El vestido de algodón floreado ceñido a la cintura, le recordó a Miriam los vestidos que usaba su madre cuando ella era chica. Es que nada hay nuevo, las modas se repiten siempre - pensó Miriam-
Después de presentarse y hablar del tiempo y de las aguas termales, Lourdes le dijo que vivían allí desde que se casaran , unos meses atrás, y que Julio trabajaba en la mina del pueblo ( cosa que Miriam había deducido desde el primer día)
-Miriam, Miriam venga, que tiene un llamado desde la capital- llamaba Pepa desde la recepción.
Esto hizo que Miriam se disculpase con la muchacha, corriendo rápidamente al frente.
Era su vecina de piso, para hablarle del gato y preguntarle como estaba. Nada importante.
Como vio a Pepa limpiando vigorosamente los vidrios de los ventanales que daban a la calle del hospedaje subida a un banquito, no quiso molestarla dándole charla.
Era temprano aún para ir a desayunar al café de la esquina, por lo que se quedó unos minutos en la puerta para esperar a Lourdes que parecía estar por ir al mercado y así seguir la plática un rato más, pero como la muchacha no salía y pasó una turista del grupo que iba a las termas Miriam se fue, pensando que Lourdes se habría entretenido en otra cosa.
Era el 25 de julio, cuando la sirena insistente de la mina comenzó a sonar a la distancia, despertando a Miriam. No era el timbrado de entrada habitual, era más tarde y parecía una alarma más que una sirena, también las campanas de la iglesia repicaban con tristeza.
Miriam sintió el portazo de la puerta de al lado, la correteada por el patio y la voz de Lourdes que decía -Julio, Julio-.
Miriam se levantó rápidamente, apenas se peinó, tomó su bolso y salió a la recepción.
Pepa no estaba, era muy temprano. Estaría durmiendo aún.
Salió a la calle solitaria y se encaminó al café.
Nadie estaba allí. Se sentó en una banqueta alta junto al mostrador. Se sentía el delicioso olor a café y pan recién hechos, la música en la radio y el tarareo del encargado en la cocina que cuando la vio a Miriam salió rápidamente a atenderla.
-Buen día Señora, madrugo hoy...
- ¿ Es que no ha escuchado la sirena insistente de la fabrica, y los repiques de campana de la iglesia? ¿ qué ha pasado?
- Quédese tranquila doñita, no es nada. Es que hace una punta de años, en éste mismo día, 25, creo que fue en el 58'. Hubo un accidente muy serio en la mina. Murió una gran cantidad de obreros. Fue devastador. Por eso cada año en este día suena la sirena a la misma hora en que se produjo el accidente y las campanas repican en memoria de las victimas de la mina.
Pero sin embargo mi vecina, Lourdes... La oí salir sobresaltada apenas comenzó a sonar la alarma, como que no supiera que era tan solo un recordatorio de algo que pasó hace más de 50 años.
¿ Lourdes? ¿ quién es Lourdes, dijo el encargado sorprendido.
¿ Cómo que Lourdes? Lourdes y Julio, la parejita de recién casados que vive en el último cuarto del hospedaje de Doña Pepa.
Perdón señora pero eso no puede ser... Julio murió en el accidente de la mina y Lourdes, la esposa, se suicidó a los días en el cuarto de la casa donde ella era mucama y vivían. La misma que es la de Doña Pepa hoy día.
Yo era un niño cuando pasó aquel infierno. Aún recuerdo su hermosura.
¿ Quién olvidaría sus desgarrados gritos cuando reconoció el cuerpo de Julio entre los cadáveres que dejaron en la plaza, frente a la iglesia?. Creo se volvió loca y por eso se ahorcó.
Pero no se preocupe, no es la primer turista que se aloja en el hospedaje de Doña Pepa y me habla de Lourdes y Julio. ¿ Qué le sirvo ésta mañana?
Las vacaciones de Miriam Torres.
Varias eran las cosas que a Miriam le pesaban además de los años. Un cortante divorcio, un molesto reumatismo y lo que más dolía... una soledad clavada en el corazón.
El hastío de su trabajo rutinario fue reemplazado un día por una jubilación temprana, y una confinación domiciliaria.
Un tumulto de palomas en un pasadizo angosto, fue suficiente para que Miriam trastabillara, resbalando y cayendo, dejando así vacante el puesto que ocupó por más de 30 años como inspectora de obras estatales.
Los achaques del reuma, sumados a éste mal golpe, hicieron a Miriam recorrer un largo peregrinaje por los consultorios médicos de varios doctores especialistas en el tema.
Un día esperando su turno, conoció a una señora que le recomendó los maravillosos poderes de las aguas termales que se encontraban en un pueblito minero al norte del país.
Luego de un par de semanas, localizado el pueblito recomendado, arregló por teléfono su estadía. Nada había que perder por probar éste nuevo tratamiento tan diferente a todo lo que antes había hecho. Al menos saldría de la rutina y se tomaría unas buenas vacaciones, pensó.
Miriam dejo su Michi Fuz con la vecina, comprando por Internet el billete de tren que la llevaría al pueblito minero.
Era el principio del verano, la estación estaba llena de pasajeros que iban y venían alegremente con convenientes valijas rodantes, buscando los nombres de destino en los andenes.
Para Miriam todos iban acompañados menos ella que siempre estaba sola.
El lugar entre las sierras prometía ser encantador. Peñascos, ríos y bosques asomaban por la ventanilla del tren al amanecer. Miriam entreabría los ojos en el entrecortado sueño para saborear aquel calmo paisaje.
Pepa, una mujer, bajita tetona y alegre la recibió calidamente en el hospedaje.
Con la valija de Miriam en mano, la acompañó hasta la habitación reservada, para mostrarle todo, indicándole también los horarios a las termas y la ubicación de los diferentes lugares que había en el pueblo.
- Este ha sido un pueblo minero desde hace un par de siglos. Pero con la maravilla de éstas aguas termales, los paisajes y el buen aire, desde hace unos cuantos años también nos hemos hecho zona turística, comentó Pepa entre risa y risa.
Muy temprano, antes del amanecer, Miriam se levantó a tomar un vaso de agua.
A través del vidrio esmerilado de la ventana, a la media luz que daba el farol del patio, vio una pareja besándose. Él llevaba sombrero y ella parecía tener una bata.
-Hasta la tarde Julito- dijo ella entre susurros.
El sol despuntaba en la ventana y la lejana sirena de entrada al primer turno de la mina rompió el silencio, dando por terminada la noche, invitando a los pájaros a inaugurar el día con sus trinos a todo volumen.
Miriam desayunó en el café de la esquina que estaba lleno de turistas esperando por la Volkswagen que los llevaría a las termas.
Todos estaban felices, hablaban y reían . Nadie se conocía pero el aire puro, las vaciones y la promesa de unos días de relax, creaban un ambiente ameno, donde Miriam se sintió parte, dejándose llevar por la compañía, olvidó por un momento su cotidiana y punzante soledad.
Superadas sus expectativas, regreso por la tarde, fresca y renovada; como más liviana.
Las aguas termales de la sierra no solo le habían lavado la piel y aliviado el reuma, también le habían sacado el polvo a su alma amarillenta.
La opulenta cena les esperaba servida en el patio del café, el mismo donde había estado aquella mañana. Había un frondoso árbol decorado con bombillos de colores, blanca vajilla sobre un prolijo mantel crema, todo era simple y agradable. Entre charla y charla , el grupo de turistas, en su mayoría señoras de la edad de Miriam se había hecho una pandilla similar a una bandada de gritonas cotorras. Todas hablaban y reían a la vez.
Los platos entraban y salían vacíos por la parte posterior del patio que daba a la cocina.
La señoras comían con gran entusiasmo, sin duda el aire de la sierra abría el apetito y la comida estaba deliciosa.
Mojaba el pan en el último resquicio de comida que le quedaba a Miriam en el plato, cuando escuchó nuevamente una sirena lejana.
Justo el mozo estaba a su lado y le preguntó que era aquel persistente sonido que las demás no parecían percibir.
Como Miriam había pensado, el mozo le confirmó que era la sirena de la mina que marcaba el fin de aquella jornada.
Una a una las turistas se fueron marchando a sus hospedajes, con la promesa de verse al otro día.
Miriam regresó sola . Pepa sentada en el sofá de la recepción le dio las buenas noches mientras miraba la TV novela de la hora. La invitó a sentarse a mirar con ella la tele.
Miriam prefirió pasar la invitación, argumentando que estaba cansada. En realidad la TV novela le traía el recuerdo de su gris piso de ciudad y su diaria rutina solitaria, por eso prefirió seguir de largo, y no romper el encanto de aquel hermoso día.
Se sentó en el patio, al fresco de la noche, entre el perfume dulce de los jazmines, mirando la luna nueva.
No pasaron ni 10 minutos cuando unos pasos se sintieron venir desde la calle.
Era un muchacho joven y apuesto de sombrero y saco gris gastado.
Tenia la cara sucia de carbón. Se paró delante de ella, le sonrió haciéndole una reverencia con el sombrero y la saludó. - Buenas noches, con permiso - dijo.
Adelante- contestó Miriam.
La puerta del último cuarto del fondo se encendió, Miriam vio como se abría y salía una joven mujer a recibirlo y besarlo. -Julito mi amor, ¿ cómo te fue? La puerta se cerró tras ellos.
Miriam recordó sus años de juventud y a su esposo. Cuando era ella, así como la muchacha del fondo , la que lo salía a recibir a la puerta. Le tenia la comida lista conversando y riendo sin parar.
Los años, el tedio y los hijos que nunca llegaron... la otra mujer, mas joven y fértil que le dio otro hogar... Pero, ¡ basta! no quiero pensar en cosas tristes hoy -se dijo, y por eso se fue a dormir en aquel instante.
El episodio del amanecer, los besos a la madrugada en el patio y el susurro de - adiós Julito, hasta la noche mi amor- Se repetían diariamente.
Una mañana mas tempranito que de costumbre , salio Miriam de su cuarto cruzándose con Lourdes, la joven esposa de Julio.
Ella la saludó muy amablemente. Era morena y muy bonita ciertamente. Llevaba un canasto de mimbre para ir al mercado en una mano y el monedero en la otra. El vestido de algodón floreado ceñido a la cintura, le recordó a Miriam los vestidos que usaba su madre cuando ella era chica. Es que nada hay nuevo, las modas se repiten siempre - pensó Miriam-
Después de presentarse y hablar del tiempo y de las aguas termales, Lourdes le dijo que vivían allí desde que se casaran , unos meses atrás, y que Julio trabajaba en la mina del pueblo ( cosa que Miriam había deducido desde el primer día)
-Miriam, Miriam venga, que tiene un llamado desde la capital- llamaba Pepa desde la recepción.
Esto hizo que Miriam se disculpase con la muchacha, corriendo rápidamente al frente.
Era su vecina de piso, para hablarle del gato y preguntarle como estaba. Nada importante.
Como vio a Pepa limpiando vigorosamente los vidrios de los ventanales que daban a la calle del hospedaje subida a un banquito, no quiso molestarla dándole charla.
Era temprano aún para ir a desayunar al café de la esquina, por lo que se quedó unos minutos en la puerta para esperar a Lourdes que parecía estar por ir al mercado y así seguir la plática un rato más, pero como la muchacha no salía y pasó una turista del grupo que iba a las termas Miriam se fue, pensando que Lourdes se habría entretenido en otra cosa.
Era el 25 de julio, cuando la sirena insistente de la mina comenzó a sonar a la distancia, despertando a Miriam. No era el timbrado de entrada habitual, era más tarde y parecía una alarma más que una sirena, también las campanas de la iglesia repicaban con tristeza.
Miriam sintió el portazo de la puerta de al lado, la correteada por el patio y la voz de Lourdes que decía -Julio, Julio-.
Miriam se levantó rápidamente, apenas se peinó, tomó su bolso y salió a la recepción.
Pepa no estaba, era muy temprano. Estaría durmiendo aún.
Salió a la calle solitaria y se encaminó al café.
Nadie estaba allí. Se sentó en una banqueta alta junto al mostrador. Se sentía el delicioso olor a café y pan recién hechos, la música en la radio y el tarareo del encargado en la cocina que cuando la vio a Miriam salió rápidamente a atenderla.
-Buen día Señora, madrugo hoy...
- ¿ Es que no ha escuchado la sirena insistente de la fabrica, y los repiques de campana de la iglesia? ¿ qué ha pasado?
- Quédese tranquila doñita, no es nada. Es que hace una punta de años, en éste mismo día, 25, creo que fue en el 58'. Hubo un accidente muy serio en la mina. Murió una gran cantidad de obreros. Fue devastador. Por eso cada año en este día suena la sirena a la misma hora en que se produjo el accidente y las campanas repican en memoria de las victimas de la mina.
Pero sin embargo mi vecina, Lourdes... La oí salir sobresaltada apenas comenzó a sonar la alarma, como que no supiera que era tan solo un recordatorio de algo que pasó hace más de 50 años.
¿ Lourdes? ¿ quién es Lourdes, dijo el encargado sorprendido.
¿ Cómo que Lourdes? Lourdes y Julio, la parejita de recién casados que vive en el último cuarto del hospedaje de Doña Pepa.
Perdón señora pero eso no puede ser... Julio murió en el accidente de la mina y Lourdes, la esposa, se suicidó a los días en el cuarto de la casa donde ella era mucama y vivían. La misma que es la de Doña Pepa hoy día.
Yo era un niño cuando pasó aquel infierno. Aún recuerdo su hermosura.
¿ Quién olvidaría sus desgarrados gritos cuando reconoció el cuerpo de Julio entre los cadáveres que dejaron en la plaza, frente a la iglesia?. Creo se volvió loca y por eso se ahorcó.
Pero no se preocupe, no es la primer turista que se aloja en el hospedaje de Doña Pepa y me habla de Lourdes y Julio. ¿ Qué le sirvo ésta mañana?
No hay comentarios:
Publicar un comentario