sábado, 1 de diciembre de 2012

TALISMAN

Martina mantiene una mano sobre la otra. El puño derecho cerrado con todas sus fuerzas. Está inconciente, pero no obstante eso, su puño permanece sellado como una caja cerrada a doble llave.

Todos saben que son sus momentos finales y que tal vez no vea el sol del nuevo día.

En su casa del Este de Los Angeles, rodeada por sus hijas, sus nietos, algún que otro vecino, comadres y amigos. Todos han venido a despedirse de la buena mujer.

En su mano cerrada, sin nadie saberlo algo late lentamente al ritmo de su débil corazón.

Fue hace muchos años en su tierra, El Salvador, cuando el destino se lo trajo.

Era ella apenas una jovencita, en la finca de café donde vivía con su abuela . Quizás prediciendo una corazonada siniestra, la abuela para salvaguardarla le pidió que subiera piedras al árbol cercano a la humilde choza donde vivían.

Martina por días y días ayudándose por una cubeta y una soga, obediente y perseverante subió varias piedras pesadas al árbol como la abuela se lo pidió.

Estaba en una rama alta y frondosa acomodando las piedras, cuando escuchó desde lejos llegar una camioneta.

Era Don Manuel el dueño de las tierras donde vivían. Viejo lacivo y asqueroso a Martina nunca le simpatizó aquel tipo que parecía desnudarla con la mirada cada vez que estaba frente a el; esos ojos enrojecidos por el alcohol, meando sin el más mínimo pudor por los rincones sin importarle quien estuviera alrededor.

Por eso se quedó quietecita en la rama para evitar tener que verlo de frente.

Martina vio como Don Manuel entraba en la pequeña casa.

Al cabo de un rato escuchó los gritos de la abuela diciendo “no, no te la voy a entregar, mi nieta no está a la venta, por mas que usted. sea el dueño de la finca no se saldrá con la suya”

Don Manuel continuo” vieja idiota, decime donde esta la muchacha que tarde o temprano será mía aunque vos no quieras”

Lo próximo fueron mas gritos, ruidos de muebles que se corrían, loza que se rompía, y el viejo saliendo de la casucha con el machete ensangrentado, corriendo en dirección al árbol.

Estando allí parado bajo el árbol, machete en mano, mirando en todas direcciones, Martina empujó una inmensa piedra partiéndole la cabeza al viejo quien quedo tirado boca arriba creando un charco de sangre roja oscura que la tierra absorbía con sed.

La muchacha corrió a la casa, encontrando a la abuela tirada en el suelo muerta entre el desorden de una lucha librada un momento atrás.

No hubo tiempo de lagrimas, su instinto le sugirió huir.

Al pasar por el árbol, donde yacía el viejo tirado, notó que la piedra con la que lo había matado estaba partida en dos, adentro había otra, muy pequeña en forma de corazón de un rojo intenso. Se la echó a la bolsa y corrió, corrió y corrió.

Tanto corrió que cruzó Centro America. Viajó a pie, en camiones, en trenes y en autobuses, atravesó México y llegó a la frontera con los Estados Unidos desde donde un invierno desabrido atravesó el desierto casi descalza pero aferrada al talismán en forma de corazón.

Era extraño pero con el talismán en mano, latiendo como un pequeño corazón en el momento que lo necesitaba no sentía frío, ni hambre ni le dolían las llagas de los pies.

Aquel talismán de la suerte, así como lo descubrió con el tiempo y la necesidad, la acompañó toda la vida, siendo su secreto mejor guardado como la muerte de su abuela y la de Don Manuel.

Martina no tenia retornos. Solo miraba para adelante.

Y así se lo transmitió a sus hijas y a sus nietos que los impulsó a superarse y crecer gracias a sus sabios consejos y protección oportuna.

Martina murió antes del amanecer, con un gesto de paz en su rostro.

Sus hijas la vistieron y arreglaron antes de que la compañía funeraria la viniera a buscar.

Al abrirle el puño derecho, notaron un extraño polvo rojo que desapareció al caer en la alfombra del dormitorio.

sábado, 1 de septiembre de 2012

EL HOMBRE INVISIBLE

Mi vida, una vida de devoción hacia una mujer para la que nunca conté.
Si uno no es amado, sería mejor ser odiado mas nunca ignorado, que es como el no existir; pero el corazón manda y a veces no entiende e insiste con una ilusión irremediablemente absurda y poco conveniente.
Ella, Laura, mi vecina de toda la vida, mi obsesión, mi razón de vivir; hasta hoy que cerré la puerta de su casa con doble vuelta de llave.
Nos conocemos desde siempre. Desde que tengo uso de memoria ella vivió en la casa lindante a la mía.
Desde chiquita hermosa, bandida y radiante como un sol.
Mala en las cuestiones de la escuela, lo cual fue bueno para mi que siendo compañero del mismo grado y alumno brillante, me daba la oportunidad de explicarle, geometría, divisiones, teoremas. Ella lejos de agradecerlo estaba muy lejos de allí, mirando por la ventana a la calle, disipada en sus pensamientos y apurada por irse.
Buena para las artes. Cuando tenia 7 años tomaba clases de ballet en una academia del barrio, y por las tardes, escondido en el tope del árbol lindante a su casa, me encaramaba para observarla bailar. Las puertas del comedor que daban al patio, abiertas de par en par, allí estaba mi Laura en puntas de pie con su tutu celeste danzando como hada etérea.
A los 13 años comenzó a tomar clases de guitarra y canto, pero como sabia que la espiaba cerraba las puertas aunque hiciera calor.
A partir de la adolescencia se inicio mi calvario. Los galanes la cortejaban, y yo no podía competir ni por lejos con aquellos buitres aprendices de Brat Pitt.
Mi aspecto no era lo que se dice de “ ganador” mas bien de “nerd”, empezando por aquellos anteojos gruesos como fondo de vidrio de botella, el acne juvenil, y los aparatos para corregir mis dientes torcidos de conejo, no ayudaban en nada. Para colmo, al verla sufría una especie de ataque incontrolable de tartamudez . Nunca terminaba las frases por que Laurita con su impaciencia se marchaba dejándome con las palabras apretujadas en la garganta.
Estábamos en el tercer año de bachillerato y ella con esas faldita a cuadros que mostraban sus piernas perfectas, su suéter ceñido que insinuaban sus pechos erguidos de adolescente en crecimiento, su pelo largo de color castaño claro que movía graciosamente como si fuera una propaganda perpetua de shampoo. Los expresivos ojos verdes y su sonrisa angelical.
Toda ella, entre ingenua y provocativa creaba en mi un revuelo de hormonas que ebullían como la lava de un volcán en pleno barrio de Almagro.
Fue un viernes que sentí sin lugar a equívocos desde la punta de las uñas del pie hasta el extremo de mi pelo enrulado un masivo ataque de celos.
Un estruendoso motor que rebotó en los vidrios me hizo subir la persiana de la ventana que daba a la calle. Muy oriunda se montó Laurita en la moto de un galán vestido de cuero negro que paró ante la puerta de su casa, no sin antes propinarle un apasionado beso que cerca estuvo de tragarla.
Un violento enojo creció en mi interior sintiéndome como si fuera una olla a presión. Quería triturar a aquel cretino que tan descaradamente se llevaba a Laura delante de mis narices. ¿ Pero que podía hacer?, la competencia era despóticamente despareja.
Recuerdo que aquella noche no dormí hasta que Laurita regresó con el roquero energúmeno; proporcionándole otros cuantos desmedidos besos y caricias escondidos tras la sombra del árbol de la vereda. Nadie más que yo era testigo de semejante desmedida escena a aquellas horas de la madrugada.
Aquel fue el inicio de un desfile de tipos. En moto, en taxi, a pie o en auto todos tenían la intención de cortejar a Laura, sin ningún tipo de ingenua mesura.
Pasado el tiempo y ya terminada la secundaria había noches que Laurita no llegaba hasta el otro día.
Cuando comenzó a estudiar modelaje en el centro, era yo en la vida de Laura lo que es un cero a la izquierda en la vida de cualquier número. Me había convertido en el hombre invisible, después de conocernos toda una vida apenas si me saludaba cuando nos cruzábamos en la calle, parecía ser un desconocido cualquiera. En mi desesperación, se me ocurrió una idea, - ¡Dora! la mamá de Laurita…
¡Una señora tan amable y simpática!, toda la indiferencia que recibía por parte de la hija, Dora me la cambiaba por sus atenciones y conversación.
De a poco fui introduciéndome en la casa con la excusa de que estudiaba ingeniería electrónica y como el papá de Laura hacia años que había fallecido, no había un hombre en la casa para arreglar nada desde hacia tiempo atrás. Por supuesto que los galanes nunca podrían competir conmigo en aquel aspecto, allí tenía yo todas las de ganar.
Fue así que de a poco me fui convirtiendo en la mano derecha de Dora, un cable de plancha para emparchar, una bombita en el techo alto para cambiar, y con aquella excusa lograba ver a Laura alguna que otra mañana o tarde. Ella casi no pronunciaba palabra, mas que un “aja” o un “Mm”. Siempre estaba sumida en sus pensamientos, perdida en sus planes y ambiciones.
Dora me invitaba a comer, a tomar mate, me comentaba la novela de la tarde, después de un tiempo hasta miraba las novelas o el football con ella, por que tanto Dora como yo nos sentíamos solos por que Laura nunca estaba.
Laura cantaba coros y bailaba tango en un café concert de SanTelmo, también filmó un comercial de shampoo, ¡ese pelo de propaganda que tenía! - Siempre lo dije-
Un buen día, entusiasmada y feliz como nunca la había visto, nos anunció que le había salido un contrato en Europa.
Una compañía de tango la contrató para montar un espectáculo en Toledo, España.
Era la oportunidad que hacia tiempo estaba esperando (a mi nunca me lo había dicho, es más, creo que nunca me habló tanto como aquel día)
En tres semanas le llegó el pasaporte y el pasaje. La acompañamos a Ezeiza con Dora en un taxi.
Tanto Dora como yo quedamos desolados y tristes. Si bien antes casi nunca estaba, en algún momento venía, Ahora sabíamos que no vendría más.
Dora vivía pendiente del teléfono o del cartero, mas Laura llamaba poco y escribía menos. Sus llamadas eran esporádicas y sus cartas parecían telegramas solo en tiempos de navidad.
Lo de Toledo duró un tiempo largo, luego se mudó a Madrid, Barcelona, Londres, Berlín.
Dora no entendía bien a que se dedicaba, sus explicaciones eran ambiguas y contradictorias.
Después de mudarse a Berlín, se cortó la escueta comunicación definitivamente .
Por entonces, yo salía con una compañera de trabajo, pero cada vez que hacíamos el amor en su cara la veía a Laura.
Creí volverme loco sin noticias de ella, y Dora se me caía en un abismo de depresión.
hasta que un día leyendo “la salud de los enfermos” de Cortazar tuve una idea.
Todos teníamos computadora. Dora por ser una persona mayor, no.
Entonces le dije que Laura me había escrito un mail desde Hamburgo, que era donde estaba viviendo ahora.
Abrí una cuenta de Yahoo, bajo Lauratango@yahoo.com y todas las semanas escribía un mail dirigido a Dora.
En mis inventados mails Laura había abierto una academia de tango en Hamburgo junto a un socio con quien se había casado, le estaba yendo muy bien y ahora pensaban abrir un restaurante argentino y… Un lunes que tenía preparado un mail para Dora, no atendió la puerta. Desde el árbol donde me subía para espiar a Laura cuando era chiquita la vi tirada en el patio junto a la ropa tendida. Salté para ayudarla, pero era muy tarde un paro cardiaco la había matado.
Dora no tenia más familia que Laura, de quien no sabia nada desde hacia dos años.
Cerré la casa, con sigilo y esmero como si me perteneciera y quedé a la espera de ella.
En la cola del banco me encontré con Marcelo, un compañero de la escuela que hacia tiempo que no veía. Para mi sorpresa me contó que había ido a Inglaterra a hacer un curso universitario y que por casualidad vio a Laura.Estaba cambiada, y sin decírmelo directamente, me dio a entender que era puta y que el alcohol y la heroína la tenían arruinada. Yo no le quise creer, pero en el fondo sabía que era cierto.
Mi Laurita, mi amor, mi niña de cabellos de propaganda de shampoo y sonrisa angelical, ¿ hecha un despojo?
No Dios mío, cualquier cosa pero eso no lo podría aceptar.
Una noche oí el teléfono de la casa de Dora sonar insistentemente. Apurado tomé las llaves y corrí a la casa.
Ya había sonado mas de veinticinco veces y seguía sonando cuando atendí.
Del otro lado del auricular una voz cansada, grave y angustiada, decía - mamá, mamita, soy yo Laura-
-Laura, le dije, soy yo Daniel, tu mamá no está (no me animé a decirle que había fallecido tiempo atrás)
¿Cómo estás? No se te siente bien.
Daniel, amigo. Perdón por no llamar antes, perdón por todo este tiempo de silencio.
No estoy bien , ¿sabes? Dile a mamá que necesito ayuda, que necesito volver a Buenos Aires.
- Laura, Dora no está, pero decime a mi. ¿Cómo puedo ayudarte. ¿Dónde estás?
Al otro día compré un pasaje electrónico de avión de Londres a Buenos Aires.
Ésta madrugada la busqué en Ezeiza.
Me costó reconocerla, Laura es una sombra.
Su pelo rubio, ahora seco y pajoso. Sus ojos verdes, vidriosos y opacos.
Su piel arrugada, gastada y manchada. Flaca y chupada, temblorosa, cansada y enferma.
Nadie la vio llegar. Ya no hay galanes. Nadie sabe que la bañé, la acosté en su cama, y le bese la frente.
-¡En casa otra vez!, gracias amigo, gracias por estar siempre incondicionalmente- dijo y cerró sus ojos. Se quedó acurrucada y tranquila.
Cerré la puerta de calle con doble vuelta de llave.
Adiós amor, adiós para siempre.
 

lunes, 6 de agosto de 2012

PAPA, YA VENGO.



Reconozco que el tiempo, implacable en su avance, siempre me hizo sufrir de una inimaginada sensación de vértigo. Pero hoy, aquí sentada mirando el reloj, éste tac tac me parte el cerebro creando una ansiedad perversamente inversa. 
Siento que hace horas estamos esperando, cuando en realidad son 56 minutos escasos.
El estático banco de madera se clava en mi nalga.  La espalda, contra la pared fría crea al cabo de un rato, un dolor agudo en mi columna vertebral, lo cual me provoca moverme de posición continuamente. 
Éste desnudo y sórdido pasillo, enfrentando banco contra banco me recuerda los rieles del subte en un túnel. Y otra vez mis ojos se paran en ese inmenso reloj que marca los segundos con un feroz sonido a hueco.
Puedo imaginar las cucarachas saliendo de algún hueco del zócalo y correr entre mis zapatos. De tan solo imaginarlo, la repulsión me hace levantar los pies del suelo, haciendo crujir la madera del banco. 
-Ya quedate quieta niña, que me ponés más nerviosa de lo que estoy- me reta Elsa, mi hermana mayor.
El día se apaga, lo puedo ver por la ventana de vidrio blanco esmerilado con bordes de metal. Y ese olor a hospital, a medicina, a desasosiego…
Descubrí éste olor el día que acompañé a papá y a Elsa, a éste mismo hospital, seis meses atrás. Era otro pabellón, otro piso, pero el mismo olor inmundo. 
Aquella mañana de lunes esperé afuera, mientras ellos entraban al consultorio del doctor. Después de leer tres revistas de caricaturas, salieron los dos con caras tristes.
Los ojos de Elsa estaban húmedos y enrojecidos. Me tomaron de la mano y no pronunciaron palabra por el resto del día. 
El martes, Elsa, me explicó brevemente que papá estaba enfermo y que ya no iría a trabajar. Que le tendríamos que cuidar mucho mientras se hacia un tratamiento difícil pero que lo ayudaría a curarse. 
Escuché la palabra quimioterapia y radiación por primera vez. Yo no sabía que era, pero no estaba segura de que eso fuera lo mejor para él.
Particularmente cuando pasaron las semanas y lo veía cansado, pálido y flaco. 
Ya no salíamos a caminar por las tardes, ni me ayudaba en las tareas de la escuela como antes. Perdió el pelo, pasaba horas en el sillón del living o en la cama y cuando regresaba del tratamiento vomitaba y no quería comer por días. Se quejaba de nauseas y dolores. Elsa trataba de darme ánimos diciéndome que eso era normal y que papá mejoraría rápido una vez que terminase con la quimio. 
-Efectos secundarios de la medicina- me decía. A veces la escucho llorar de noche cuando apagábamos la luz y piensa que estoy dormida.

Yo quiero creerle, confió en ella. Elsa es como la madre que no conocí mas que por fotos. Mamá murió unos meses después que yo nací en un accidente de trenes. Me hubiera gustado conocerla, pero como la tengo a Elsa y a papá nunca la extrañé ni me sentí muy triste. 
Hace como un mes Elsa me dijo que había hablado con el Doctor Irrazaval, quien operaría a papá para sacarle un tumor de la panza.
Es por eso que aquí estamos esperando que se abra la puerta vaivén al final del pasillo. Pero pasa el tiempo y no sale nadie.
- Susi, toma, aquí tenés plata, andá abajo y comprate unas galletitas para vos y una caja de chicles para mi, yo aquí te espero, esto va a ser largo - dice Elsa.
Recorro los pasillos donde hay otra gente esperando.
En el segundo piso hay cuartos con pacientes en las camas y visitas que entran y salen.
Una enfermera empuja a una vieja sentada en una silla de ruedas. Lleva una manta de cuadros  sobre las piernas y la silla hace un chirrido agudo al andar. Papá diría que necesita aceite.
Llego al kiosco pido mis galletitas favoritas y una caja de chicles de menta para Elsa.
Miro por la ventana al jardín del hospital. Se lo ve lindo, ¡ si hay hasta flores en los canteros! Parece que fuera mas temprano por que aun hay sol.
Atrás del árbol hay alguien que me saluda, y se sienta en una banca. ¡Pero si es papá! Voy corriendo.
Papá, papito, ¿ que haces? ¿ Ya te operaron, te dejaron salir? Ya no se te ve cansado ni ojeroso. Te veo contento. 
Me abraza fuerte y me da un beso.
- Susi, mi nena linda. No te preocupes por mi, yo ya estoy muy bien, ¿ me das una galletita? Si hasta tengo hambre… 
- Si papi toma, quedate con el paquete, que la voy a llamar a Elsa que está arriba para irnos a casa-
- Anda querida, anda que las espero, te quiero nena, las quiero mucho a las dos.
¡ Que alegría!. Subo las escaleras a los brincos, corro hasta el pasillo donde está Elsa. 
Miro la ventana de vidrios esmerilados. ¡Que raro!, abajo había sol y la ventana aquí está oscura como si se hubiera hecho la noche de golpe.
Veo a Elsa con las manos en la cara. El doctor Irrazabal la toma por un hombro mientras le habla lentamente. 

jueves, 2 de agosto de 2012

Nieve fatal

 





Luego de festejar las vacaciones de fin de año, la familia se disponía a regresar a su casa por una desolada ruta.
-En cinco horas estaremos de vuelta en casa – dijo el hombre a su mujer, echándole una mirada a los chiquillos que dormían en el asiento trasero.
La joven pareja había subestimado el mal estado del tiempo cuando la tormenta se adelantó.
A las dos horas de andar, la nieve caía descontroladamente, haciéndolos parar en el medio de la nada.
El mundo había desaparecido tras un frío telón blanco.
Se pusieron toda la ropa que traían, abrazándose con fuerza. La calefacción agotó la gasolina al cabo de unas horas.
Muchos los buscaron por un tiempo, recorriendo la ruta de punta a punta. No fue hasta Mayo que un caminante encontró el auto en un paraje apartado. Los cuatro cadáveres permanecían juntos en el asiento de atrás.

viernes, 27 de julio de 2012

La tormenta



Era yo, tras la ventana testigo de aquella primera tormenta anunciada del invierno.

El viento y la lluvia no fueron tan fuertes como mi curiosidad de saber como se vería todo desde arriba del espigon, bastión de nuestro pequeño pueblo. Mi gastado impermeable obró de escudo ante las fuerzas de la naturaleza.

Las olas embravecidas golpeaban sin pausa una y otra vez las piedras grises del paredón cargado de mejillones y algas.

Cuando vi el cuerpo entre la masa de agua, lo confundí por un segundo con un pez. -Dios mío – pensé.

Paco, el pescador nunca llegó a casa aquella noche, un resbalón lo tiro de la cubierta de su pequeña barcaza en el puerto, mientras aseguraba amarras.

domingo, 24 de junio de 2012

CUANDO...

Hoy me levanté muy temprano, venciendo éste derroche de ansiedad que traigo desde hace una semana atrás. Me he bañado, cambiado y probado como seis veces la ropa,   mientras  gesticulaba frente al espejo un monólogo que aprendí en la clase de teatro de la escuela. Salgo de casa a tomar el micro que me lleva al centro.
Hoy es mi primer casting en el canal  KCQT TV, para el papel de “Marcela” en la novela con mayor rating de la tarde “ Sueño de amor”
Tomo el micro atestado de gente ensimismada, triste y enajenada. Seguramente cuando sea estrella de la TV todos me miraran, reconocerán y me pedirán autógrafos. 
Cuando sea famosa, tan solo al verme, se olvidaran de sus vidas grises y mediocres  y estarán impacientes de encender la TV a las 4 de la tarde para suspirar con “sueños de amor“.
Cuando salga todos los días por la TV, mi tía Pancha irá a la peluquería a que le tiñan  su pelo de rubio platinado, y como quien no quiere la cosa abrirá una revista justo donde estará una nota mía y se pavoneará diciendo que Jessica Margot ( mi nombre artístico) es su sobrina.
Cuando sea la protagonista de la telenovela haré tanto pero tanto dinero que le compraré a mis padres una casa en lo alto de la loma, allí donde vive la gente pudiente.
Cuando vivamos en esa casa tan lujosa, tendremos un garaje grande, pero tan grande  que compraré 4 autos, uno para papá, otro para mamá, un formula uno para Quique y uno rojo  deportivo para mi.
Cuando esté trabajando  en el canal, seguramente un productor que haya visto y valorado mi alto nivel interpretativo y belleza nata, me pedirá que trabaje en su película. Cuando firme el contrato de la  película viajaré a Hollywood, California para hacer allí parte del rodaje.
Cuando esté en Hollywood conoceré a muchos actores internacionales famosos que al verme querrán trabajar conmigo.
Cuando esté haciendo el papel protagónico de la tercer película en Hollywood, un actor guapísimo se enamorará de mi y le pediré que me lleve en su auto descapotable de compras por Rodeo Drive.
Cuando vaya de compras, tendré una perrita chihuahua como mascota que la llamaré Gigi, y toda la gente me parará por la calle y querrá sacarse fotos conmigo.
Aviso al chofer del micro que pare en la próxima bajada. Aprovecho a sentarme en una banca del parque, antes de llegar al canal para cambiarme los zapatos y ponerme éstos otros altos de plataforma que me hacen tan esbelta y elegante, ¡pero cómo me hacen doler!.
Voy llegando al canal,  y veo una muchedumbre de aspirantes al papel protagonico que forman una línea  de no menos de dos cuadras.
Cuando… ¿Cuándo?
 



sábado, 16 de junio de 2012

RECICLAJE

 




RECICLAJE
En parte, todo comenzó la tarde de otoño que encontré las puertas recostadas contra un árbol. Me pareció una magnifica puerta de madera. Al verla decidí dar una vuelta a la manzana para volver a pasar y parar, comprobando que no era solo una, si no eran 3 las espléndidas puertas. No podía creer que alguien estuviera tirando semejante cosa. Decidí golpear en la casa perteneciente a aquel espacio y el dueño me corroboró que podía llevármelas, que ellos ya no las necesitaban más.
Gracias a que en ese tiempo manejaba una camioneta, como pude, logré meter las pesadas puertas en la parte de atrás y traerlas a casa, imaginando y soñando por el camino que haría con ellas. 
Pasó un año hasta ver mi sueño logrado. Mi esposo construyó una pared donde las instaló convirtiéndolas en un maravilloso portón que da a la calle, siendo la curiosidad del barrio, dándole a la casa un toque que la hace única entre todas las demás.
No fueron aquellas las últimas que encontré,  reconozco haber tenido suerte y haberme cruzado con la puerta debida en la calle y la hora precisa.
Puertas que hoy son parte de diferentes habitaciones de la casa.
Así como encontré puertas di con muchas más cosas, que hoy en día forman parte de nuestro espacio cotidiano. Amigos que trajeron muebles de otras casas o adquisiciones del Good Will, garages sales o el Craig list.
No solo a mí se me ha dado por colectar estos tesoros urbanos a mis hijas y hasta a algunos amigos también.
Objetos con potencial, que con imaginación, maña, dedicación, habilidad y cariño se vuelven piezas únicas con alma e historia, despertando actual asombro en algo que alguien decidió descartar por considerarlo innecesario.
Charlando con mi cuñada por teléfono un día, y explicándole con todo orgullo las cosas maravillosas que había encontrado y restaurado, le comenté que para mi ésta acción se llama “reciclar” a lo cual ella me respondió “esto aquí (en Argentina) se llama cartonear” y las dos nos echamos a reír.
El reciclar, es el opuesto al consumismo y por consecuencia la caducidad de las cosas que la sociedad actual nos quiere imponer. ¿Como puede ser posible que te tengas que comprar una plancha nueva solamente por que la que tienes se le rompió el enchufe?
El hecho de que lo viejo ya no sirve es un invento para que compremos más, como si el poseer objetos nuevos fuera una fuente interminable de felicidad. Esta necesidad inventada para consumir, obran como un mensaje subliminal en la mente que repite como un mantra “compra, compra, compra” no importa que. 
Así están la mayoría de los garajes americanos hacinados de objetos que la gente guarda por años y años ocupando lugar y deudas en las tarjetas de crédito de sus poseedores.
Cuanto mas grande el espacio mas cosas se tienen. 
Mi tía siempre decía: "para que quieres muchos pares de zapatos si tan solo tienes un par de pies".
Por otro lado me encanta el dicho que dice: “agua que no has de beber déjala correr” ya que para lo que a uno no le sirve a otro le puede resultar imprescindible. 
Y ni hablemos de la contaminación causada a consecuencia de todo lo que se tira formando largas extensiones apiladas de basura.
Siempre recuerdo una curiosa anécdota que experimentó un conocido, anticuario y coleccionista de antigüedades
El es un asiduo cliente del Saint Vincent of Paul, cerca del Down Town de Los Angeles, un lugar que vende cosas viejas que la gente dona.
Hace años, en una de sus visitas, encontró revolviendo entre cuadros viejos del local, uno que le llamó la atención. No precisamente por lindo, más bien era de esos cuadros que uno NO quiere tener en el living de su casa. Una obra al óleo que calculó seria de los años 60’ o 70’ la cual llevaba en la parte de atrás un sello de una galería de arte. El tener cierto conocimiento sobre antigüedades, lo del sello lo consideró una señal importante y no dudó en gastarse los $ 25.00 dólares que pedían por el horroroso cuadro.
Luego de una investigación sobre la pintura y el autor llegó a la conclusión que lo que tenia en sus manos era una valiosa obra de un artista de los años 60’. Terminó el cuadro vendiéndose en una subasta en el Christie’s de Londres, dejándole a esta persona en el bolsillo la cantidad nada despreciable de $ 90.000 dólares.
Te invito a agudizar tu visión, y encontrar el potencial en los objetos que otro deshecha y convertirte en un “recolector de tesoros urbanos” cuando las circunstancias te lo permitan. 




lunes, 7 de mayo de 2012

BECQUER DUERME EN EL RIO DE LA PLATA



BECQUER DUERME EN EL RIO DE LA PLATA

Carta a un viejo amor.

Mi querido Becquer,

Comienzo estas líneas sentada en la mesa de trabajo de tu cuarto. Tu madre se ha ido a la panadería con la excusa de comprar algo para acompañar el mate.

Lo mas probable es que intuyó mi necesidad de quedarme un rato con tu recuerdo; escribiéndote estas palabras que quedarán guardadas entre tus cosas en este mismo lugar, que desde hace 34 años quedó suspendido en el tiempo. Aquí parezco haber regresado al pasado, todo esta como lo dejaste y cuando me vaya de esta casa no solo me despediré de esta historia, también habré cerrado este círculo que comenzó cuando te conocí.

Es tanta mi emoción, que me siento como montada en la cima de la montaña rusa mas alta del mundo.

En este tiempo de computadoras, correos electrónicos, celulares y mensajes de texto, me encuentro escribiéndote a mano en este viejo cuaderno que encontré en uno de tus cajones. A medida que escribo, hago un esfuerzo para desviar las lágrimas que amenazan borronean las palabras de los renglones.

¡Si me vieras! Soy toda una señora, con unos cuantos kilos más, canas que tiño religiosamente cada mes, y hasta seré abuela en 4 meses. Cada día me parezco más a mi madre.

Ni rastro ha quedado de aquella jovencita de cabello largo, inocente, casi etérea. La hippie de túnica de bambula que por casualidad cayó en el puesto de la plaza de San Telmo cuando vendías las pulseritas de cuero y plata que hacías, entre sombreros antiguos, porcelanas Limoges y discos 45 de pasta.

Lo nuestro fue un flechazo instantáneo, y feliz la coincidencia de encontrarnos en el subte aquella noche que me acompañaste a casa cuando bajé en la estación Boedo.

De allí en adelante fuimos inseparables. Los zaguanes oscuros del barrio fueron testigos de nuestros besos, de nuestras charlas hasta la madrugada, de aquellas horas que volaban cuando estábamos juntos.

Miro alrededor, y te vas a reír, pero tu cuarto es un museo de los 70’.

En la pared, los pósters de las películas que te gustaban, Taxi driver, Carrie, La profecía, El ultimo tango en Paris.

Abro el placard y tu ropa ya no tiene tu olor, un denso olor a humedad lo invade todo. Creo es el olor que tiene Buenos Aires.

En la mesa de noche están tus fotos. La de chiquito con tu abuela en Punta Mogotes y otra con tus compañeros de escuela.

Más atrás está la foto carnet blanco y negro que tantos años tu madre llevó sobre una pancarta los días jueves a la Plaza de Mayo.

En un marquito de madera veo la foto que nos sacamos juntos el día del recital en La Rural, cuando tocaron Los Jaivas y León Gieco para el día de la primavera.

Tus libros favoritos de la adolescencia mas los de la facultad, ocupan toda la repisa sobre la cama. Revolviendo, encuentro el libro de leyendas de Gustavo A. Becquer que era de mi abuelo.

¡ Mama se enojó tanto cuando te lo regalé! No pude dejar de hacerlo. Tus amigos de la escuela te apodaron Becquer por que decían te parecías al escritor y más por tu nombre, Gustavo, aunque solo tu familia te llamaba así. Para los amigos y para mi eras Becquer como el poeta del siglo XIX.

En la pared, los banderines de San Lorenzo. Junto a la cama, los botines de football. En el segundo cajón tus herramientas para trabajar la plata y el cuero. Sobre la mesa, la máquina de escribir. Tu amada guitarra, en su estuche junto al placard.

Todo muy bien acomodado y sin rastro de polvo, en el exacto lugar que ocuparon desde que te fuiste en ésta quietud exasperante.

Tus preciados discos apilados uno tras otro, John Denver, Simon & Garfunkel, Crosby Stills & Nash, Led Zeppelin, Génesis, Aquelarre, Pescado rabioso, Almendra, Arco Iris, Tanguito, Sui Generis, Vox Dei, Vivencia, Pastoral.

Pongo Pastoral en el Winco y me sorprendo de que aun existan tocadiscos en el mundo.

Quiero atrapar el sol,

en una pared desierta.

Me siento tan libre que

hasta me ahoga esa idea, me hace mal

la realidad de saber que el perro es perro y nada mas.

Recuerdo aquel verano que nos agarro la tormenta por la calle y llegamos empapados a este mismo cuarto. Con la casa vacía, pusimos este tema que estoy escuchando ahora “en el hospicio” mientras nos desvestíamos el uno al otro, nuestras vergüenzas y pudores fueron quedando atrás, fue ésta canción testigo de aquel amor recién estrenado.

Me doy cuenta que falta un disco…el de Moris, “ciudad de guitarras callejeras” aquel que me ibas a prestar el día que quedamos en encontrarnos.

Te esperaba en el café de siempre, sobre la avenida San Juan. Nunca llegaste, venias de la facultad a un par de cuadras de allí. Te esperé por casi dos horas hasta que no quedó nadie en el café. Tu madre me llamó al otro día temprano preguntando por vos. No habías llegado a dormir. Cuando le dije que te había estado esperando y nunca apareciste a la cita del café, un relámpago negro nos traspasó a las dos. Algo estaba muy mal.

No quedó comisaría, hospital, amigo, familiar, café o vecino al que no le hayamos preguntado por vos. Nadie sabia de tu paradero.

Pasaron tres días cuando recibimos el llamado de la madre de José Ponce, nuestro amigo, de la imprenta, avisando que a José lo habían mandado de “emergencia” fuera del país después que unos tipos de particular a bordo de un Falcon verde habían dado vuelta la casa, una semana atrás. Ella también estaba escondida en no se donde. La cana nunca dio con José por que por esos días se había ido a lo de la tía en Palomar. Sin duda lo buscaban y al no encontrarlo, sabiéndote su amigo, dedujimos que los hijos de puta te emboscaron para saber de él . Según tus compañeros saliste a las 10 de la noche de la ultima clase. Después de eso nadie te volvió a ver.

Otros amigos de José desaparecieron en las siguientes semanas, por esa razón me fui a Pilar con Lola, la prima de mama. Después de eso, una tarde que no había nadie en casa, forzaron la puerta y revolvieron todo.

No regresé mas a casa y en cuanto pudimos, viajamos con papa a San Pablo a lo de Seba, su mejor amigo de la infancia. Movieron contactos y amigos hasta que por fin logré en Brasilia sacar el pasaporte y viajar a Suecia con unos amigos uruguayos de Sebastian.

Yo no entendía nada de lo que estaba pasando iba de acá para allá como una autónoma. Y aquel miedo que me paralizaba, esa angustia que me oprimía el pecho y no me dejaba dormir.

Durante el tiempo que estuve en San Pablo pensaba que en cualquier momento me ibas a llamar por teléfono o te aparecerías en la puerta.

Si me preguntás como es Estocolmo no te sabría decir, no tengo muchos recuerdos, creo haber estado anestesiada por mucho tiempo, trabajando monótonamente en algo que me consiguieron. Lo que recuerdo es el frío, ese frío intenso y blanco.

Se que allí estuve por mas de dos años. Hasta que un día Violeta, una de las chicas con las que vivía, me dijo “nos vamos” le había salido un trabajo de verano en Málaga.

El cambio de paisaje, de gente y de temperatura, me ayudaron a despertar y sentirme viva otra vez.

De a poco comencé a salir del letargo y a funcionar como persona nuevamente.

Trabajábamos en un restaurante de tapas, la gente era simpática y amigable.

Cada viernes de por medio llamaba a casa de mis padres para tener noticias. Las llamadas telefónicas eran carísimas en esa época, por lo que no hablaba mas de tres minutos, lo suficiente para saber que nada sabían de vos.

Al conseguir trabajo fijo, la estadía, se prolongó indeterminadamente.

A principios de abril del 82’ llegó la guerra de las Malvinas. Lo que decían las cartas y las llamadas telefónicas era muy diferente a lo que decían los telediarios.

Después llegó la democracia y Alfonsín al gobierno.

Un día caminando por la playa, me encontré a José Ponce. Charlamos y caminamos muchas cuadras, insistía en presentarme a alguien pero no me adelantó a quien. Llegamos a un barcito del centro donde conocí a Pablo, otro argentino que trabajaba allí, quien al decirle quien era yo, comenzó a contarme sobre un centro de detención clandestino, donde te había visto a finales del 78‘. Hablo de golpes, tortura, picana, celdas, ojos vendados y horrores que imaginaba pero de los que no quería saber. Era sentir el dolor en la llaga y el vértigo al borde de la cornisa. Lo último que me dijo es que te vio cuando te llevaban a rastras para subirte a un avión entre un grupo de varias personas, de las cuales no supieron ni volvieron a ver más. Fue allí que tuve la certeza absoluta de que ya no había retorno, y que vos descansabas en el Río, ese extraño Río de Plata color tierra que te cobija en el fondo. Entre lagrimas, sentí ganas de cantar una canción de cuna para que durmieras mejor.

A John lo conocí en el café donde trabajaba. Fue a fuerza de su insistencia y paciencia que me terminé enamorando.

Con el vivo en San Francisco hace casi 30 años. Es un gran compañero. La vida nos dio dos hijos hermosos.

A Buenos Aires volví varias veces pero nunca me animé a golpear la puerta de tu casa, hasta hoy.

Siempre soñé con éste día. Fue mucho el dolor pasado, pero sabía que en algún momento tendría que pasar a contarte de mi y a despedirme. Hoy fue el día, no me preguntes por que, yo tampoco lo sé.

Oigo a tu madre en la cocina, creo que el agua para el mate ya está lista, guardaré este cuaderno en el cajón donde estaba.

Imagino el sol reflejándose en el Río y vos, mi Becquer, con tu sonrisa de paz, navegando hacia el. Adiós amor mío, hasta siempre.

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domingo, 25 de marzo de 2012

LA CLARIVIDENTE

En el mes de Octubre, meses antes del verano, la inmobiliaria para la que trabajo me asignó varios clientes interesados en diferentes clases de propiedades sobre la costa.

Cuando escuché el nombre del pueblito donde la oficina se localizaba, el nombre se me hizo sumamente familiar; en un minuto los recuerdos inundaron mi memoria. Era el mismo pueblito donde pasé muchísimos veranos con mis padres, el tío Manuel, la tía Jacinta y mis primos.
No había regresado a aquel lugar por más de 30 años.
La infancia suele tener recovecos y escondites perdidos entre las telas de araña del recuerdo - pensaba, mientras el micro corría por la ruta rumbo al Atlántico Sur.
-Aquello que parecía inmenso y magnifico se convierte ante mis objetivos ojos de adulto en un ínfimo y ridículo espacio. Lo que algún día me asombraba y divertía ocupando mis pensamientos y mis días, fue barrido sin darme cuenta cómo o cuándo, por éste mundo de urgencias absurdas, cuentas a pagar, trabajo y rutina.
Con los ojos cerrados, medio dormitando en la penumbra y con el suave rugir del motor del autobús como fondo, de pronto me vi contra un árbol vistiendo una remera rayada, bermudas y zapatillas Flecha, contando en el juego de la escondida, con mis primos atrás, esperando cantar “piedra libre“. Involuntariamente sonreí, me relajé aún más, y otras memorias fueron llegando sin que las llamara.
Recordé la playa, cuando entre todos los chicos armábamos en la arena, castillos con puente y foso, en horas donde la imaginación no tenia fronteras.
No nos cansábamos de acarrear toda la tarde baldes de agua desde la orilla a la construcción, de a poco la marea subía, la distancia se acortaba, hasta terminar el castillo disuelto entre las olas, coincidentemente a la hora en que el sol se ponía y nos teníamos que marchar para comenzar al otro día una nueva aventura.
Desenterrar almejas para usarla de carnada, jugar en los medanos a que estábamos en Arabia. Y el viento… ese viento implacable de la costa sur.
La leche chocolatada con alfajores o galletitas que comíamos golosamente tapados con toallas, bajo la sombrilla.
En la terminal de micros me esperaba Gutiérrez, quien me llevó directamente a la oficina para mostrarme los planos de los departamentos y otras casas que estaban para alquilar o vender dentro del mapa del pueblo y aledaños.
Allí pactamos cuales serian las propiedades que él trabajaría, así como las que me correspondían a mi.
Un muchacho nos trajo unos sándwiches que encargamos para comer. Sin parar seguimos el resto de la tarde, haciendo citas por teléfono y yo familiarizándome con las propiedades, ubicación, comodidades y precios. No tenía mucho tiempo y debía estudiar todo aquello para salir al día siguiente a presentar los inmuebles a posibles clientes.
Llegué al hotel que la empresa me había reservado extenuada, ya que la noche anterior casi no había dormido por el viaje.
Desde que pisé el pueblo ( que ahora se había convertido en ciudad) no había tenido tiempo de ocuparme más que en el trabajo. La intensa tarea de la oficina no me dio la oportunidad de pensar en los recuerdos que había dejado olvidados allí todos éstos años.
Cuando le dije mi nombre y el de la inmobiliaria, el encargado puso encima del mostrador las llaves del cuarto y un sobre donde prolijamente se podía leer mi nombre escrito a mano.
-Que raro- pensé, si fuera un cliente hubiera dejado el sobre en la oficina.
Pasé al salón comedor, donde aún quedaban unas pocas personas cenando.
Sin mayor entusiasmo, pero con cierta curiosidad abrí el sobre.
¿De quien sería?
Era una carta… una carta en éste tiempo de correos electrónicos. ¡Qué extraño!
Monte del mar, 23 de Octubre de 1999. -¿ 1999? Ésta carta tiene ¿ 11 años?-
Sofía,
Cómo verás por la fecha, ésta carta la estoy escribiendo unos cuantos años antes de que tú la leas.
No has de recordarme, ha pasado mucho tiempo desde que me conociste, aquí en éste mismo pueblo.
Te preguntarás quien es la persona que te está escribiendo.
Trataré de explicártelo. La infancia suele tener recovecos y escondites perdidos entre las telas de araña del recuerdo…
-curioso, la misma frase que pensé en el micro-
Mi nombre es Lena Fritz y llegué a éste país con mi padre, huyendo de la guerra desde Austria en el año 1942, cuando tenía 14 recién cumplidos.
No fue fácil el periplo de Europa a América, estuvo lleno de complicadas penurias, siempre al borde del peligro, pasamos meses de hambre y la tristeza de abandonar nuestra vida anterior a la fuerza.
Cerca estuvimos de ser atrapados, separados y llevados a un campo de concentración nazi en Ried, pero gracias a un don que me ha acompañado desde que nací y que me permite percibir las cosas de una manera diferente al resto de la gente es que pudimos sortear los peligros, conectarnos con las personas adecuadas, y escapar llegando a éste otrora pequeño pueblo, que nos dio un nuevo hogar.
A lo largo de mi vida he ayudado a mucha gente, aunque siempre he tratado de mantenerme lo más alejada posible, dado que para la ignorancia de muchos mi don pudiera ser catalogado de locura, no ser aceptado o simplemente ignorado.
Esto último es el caso que ocurrió con tu familia.
¿Nunca te preguntaste por que el verano de 1980 fue el ultimo que tú y tú familia pasaron en éste balneario, siendo que por años y años desde que naciste siempre vinieron aquí, y repentinamente de un año a otro no regresaron más?
Por mucho tiempo tu tía Jacinta y yo fuimos de alguna manera amigas. Ella me frecuentaba, y tal vez tú misma recuerdes haber estado en casa alguna vez.
Venían a comprar miel y huevos que yo traía de chacras cercanas .
Fue en una de esas ocasiones que una ráfaga me iluminó repentinamente,
percibiendo lo que pasaría. Éste hecho estaba asociado a Jacinta, por que era ella, y solamente ella la que podría dar un desenlace positivo al hecho desgraciado que yo vislumbraba.
Se lo anuncié, pero ella me ignoró, y así se arrepintió por el resto de su vida . Si ella me hubiera hecho caso, si hubiera seguido las señales que le indiqué en el momento justo, hubiera podido salvar a un niño de morir ahogado.
Un simple segundo hace la diferencia entre la vida y la muerte.
Éste hecho la marcó por siempre. Y es por eso que no regresaron. De alguna manera la culpa la desbordó .
Se que mi misión en la vida ha sido alertar a las personas de acontecimientos que de alguna manera pueden ser reversibles. A la vez, los pongo en la obligación de algo que no todos quieren ser responsables.
Se que para cuando leas ésta carta yo ya no estaré en éste mundo.
Ésta es mi ultima visión, y eres tú la elegida para salvar a alguien de una muerte que aún no le toca.
Cierro mis ojos y te veo en una ruta junto al mar.
Hay unas edificaciones nuevas y deshabitadas entre el mar y la carretera, todo el resto está descampado.
Un auto se aproxima por la ruta. Hay un hombre al volante con un perro grande a su lado. Tú haces señas para que el auto pare; quieres hablar con el conductor que no conoces.
Un camión a muy poca distancia, de la mano opuesta, rompe una goma y pierde el control. El camión frena de golpe pero el acoplado no puede frenar a la misma velocidad, quedando transversal a la ruta volcando en su totalidad sobre el ancho total del camino.
Tú misión es detener a ese auto. No se dónde, cuándo ni cómo, pero lo tienes que hacer.
Si no lo haces el conductor del auto continuará por la ruta y será aplastado, por el acoplado.
Esto pasará por éstos días y en ésta zona.
Por favor Sofía no ignores me visión, aunque todo parezca absurdo, hazme caso y todo saldrá bien.
Toma acción. Confío en ti.
Lena Fritz .

Inmediatamente fui hasta el mostrador central para averiguar cómo había llegado la carta al hotel. El hombre no sabia por que ya estaba el sobre allí desde antes de su turno. Tendría que esperar hasta la mañana siguiente para que me dieran más información.
A continuación, llamé por teléfono a Tía Jacinta, quien estaba preparando la cena de sus nietos. La tomé desprevenida y en un mal momento.
No entendía de qué le estaba hablando. Yo estaba algo alterada y le decía las cosas desordenadamente. Me pidió que la llamara mas tarde.
Ese tiempo de tregua me ayudó para leer la carta varias veces, y tratar de entender y recordar.
Me vino a la mente la memoria de una señora alta, delgada, canosa, ojos profundamente azules y acento extranjero. ¡Lena!, a la que también apodaban “la bruja” alguno de los vecinos.
Una casa humilde y sombría de altos techos de chapa y pisos de baldosa con diseños típicos de principio del siglo XX con frondosos árboles alrededor, a unas cuantas cuadras de la playa. Recordé una antigua tranquera de costilla de ballena que separaba el camino de la casa. Innumerables gatos y perros en las inmediaciones de la entrada.
Pinos, muchos pinos con piñones que rompíamos con piedras para comérnoslos.
¡ Mandrágoras! eran las mandrágoras lo que nos asustaban, esas raíces retorcidas y extrañas con formas humanas que tenía colgadas alrededor de la casa, así como otras plantas de fuertes aromas.
En la cocina de leña, siempre hervía algo con olores desconocidos.
Frascos con cosas que no sabíamos bien que eran. Miel y huevos en cajones apilados sobre la gallería que daba al frente. Todo esmeradamente limpio y ordenado.
Cuando finalmente pude comunicarme con tía Jacinta, hubo varios silencios.
No entendía por que le preguntaba sobre algo que nunca le había dicho a nadie. Además, ¡había pasado tanto tiempo desde aquel desdichado accidente!
Me explicó que todo sucedió el último día de las vacaciones. Nosotros (mis padres, mis primos y yo) ya habíamos regresado a la capital la noche anterior. Ella y el tío se habían quedado a limpiar la casa alquilada que deberían de entregar al dueño junto con las llaves esa misma tarde, luego de lo cual ellos también regresarían a su casa.
Jacinta continuó: - golpearon la puerta, abrí pensando que era el dueño de la casa, pero me encontré con Lena. La sentí alterada y nerviosa.
Salimos a caminar por la cuadra y allí me habló de sus facultades de clarividencia, de las cuales yo ya tenía conocimiento por comentarios de la gente del pueblo.
Sin mayor preámbulos fue al grano, hablándome de una visión donde estaba yo involucrada.
Decía verme en el mar, buscando entre las olas un niño en peligro. Como punto de referencia el faro estaba tras de mi.
De pronto, perdió el control. Exaltada, repetidas veces me dijo - ¡detente frente al faro!, ¡para en el faro donde veas a los niños! ¡Impide que el pequeño se meta en el mar!
Estaba claro que había un niño que no tenía que entrar al agua y que yo por alguna cuestión debía protegerlo .
Lena, así como llegó, se marchó repentinamente abstraída en sus pensamientos, sin siquiera despedirse.
Yo sinceramente pensé que la mujer estaba loca, como tenía fama de ser algo “rara”, no le presté mayor atención al asunto.
No le dije nada a tu tío y después que le entregamos las llaves al dueño, pasamos por el centro y compramos algunas cosas para comer en el viaje.
Yo me olvidé de Lena y lo que me había dicho horas atrás. Con el auto entramos por un camino paralelo a la costa. Estaba cansada y cerré los ojos dormitando un momento. Repentinamente me desperté y vi el faro, pero no dije nada. Seguimos andando. Pasadas unas cuadras, miré atrás y vi en la playa a la altura del faro gente corriendo y entrando al agua.
Le pedí a tu tío que diera la vuelta. Corrí hasta la orilla, donde había una mujer metida en el agua gritando desesperadamente.
Había varios niños en la orilla que lloraban y pedían por ayuda. También vi un bebe sobre una toalla.
Me metí en el agua, sin que nadie me dijera nada, buscaba, me zambullía, peleaba contra las olas y tragaba agua. Seguí buscando, no sabia qué, hasta que agarré algo, un pie, una pierna, un cuerpito, un niño.
Lo llevé a la orilla acostándolo sobre la arena, no repiraba. Estaba amoratado y le sangraba la boca. La mujer se le tiró encima, le masajeaba el pecho, le soplaba aire en la boca. Lloraba con desesperación. Estaba muerto. Irremediablemente muerto.
Cuando llegó la ambulancia supe que Francisco, el pequeño, tenia 8 años y sufría de frecuentes ataques de epilepsia. La mamá se distrajo un momento cuando amamantaba al bebecito, fue allí que no se dio cuenta cuando el nene se apartó del grupo. Se metió en el mar y le dio el ataque.
Tu tío Manuel, naturalmente, fue el único de la familia que supo de éste terrible incidente. Le hice jurar que no se lo diría a nadie. Nunca más quise regresar a aquel lugar e inventé no se qué escusa con tus padres para no volver.
Si yo le hubiese hecho caso a Lena y hubiéramos parado apenas vi el faro,
la historia fuera diferente y ésta desgracia no hubiera ocurrido.

 
Por la mañana, el encargado del Hotel me informó que la carta la había traído el doctor Arenas, horas antes de mi llegada , el día anterior.
El doctor Arenas hacia seis años que se había jubilado y vivía en el centro del pueblo a pocas cuadras del Hotel.
Al doctor no le llamó la atención mi presencia. Es más, parecía estar esperándome. No fue necesario darle muchos prólogos o razones a mi inesperada visita, el solo y con toda amabilidad me invitó a pasar a la cocina, y mientras preparaba café comenzó:
Lenita era una mujer extraordinaria. Una avant-garde para su época.
La conocí al poco tiempo de recibirme y venir a ejercer a Monte del Mar.
Muchos no la querían, la llamaban “ la bruja” ya sabes que la mediocridad para algunos es normal, la locura es poder ver mas allá, como dice la canción.
Su increíble don de clarividencia me sorprendió desde el primer momento , ayudándome en muchas ocasiones a tomar decisiones en cosas que no tenía claras.
La carta me la dio un tiempo antes de morir, hace mas o menos 8 años atrás. Me pidió que la llevase al Hotel, el día que pasara por la oficina inmobiliaria y viera a un hombre y una mujer mirando un mapa. Ésta seria la señal para saber que el día de entrega de la carta había llegado.
Ayer al medio día, por casualidad pasé por allí y mirando por la vidriera, te vi a ti y al empleado mirando un mapa.
Regresé a casa y saqué la carta de la caja fuerte en donde estuvo guardada todos éstos años, llevándola al Hotel como ella me lo encargó.
El doctor continuó dándome detalles de increíbles anécdotas y experiencias vividas junto a Lena. Yo hubiera querido quedarme, pero cuando miré el reloj el tiempo había volado y el primer cliente que quería ver el duplex me estaba llamando por el celular.
La inmobiliaria me había facilitado un auto para poder movilizarme.
Levanté al cliente que estaba en la oficina esperándome y nos fuimos directamente en dirección norte.
El cliente hablaba y hablaba y yo ensimismada pensando en los acontecimientos de las ultimas horas. Aquella responsabilidad que de repente, Lena, una desconocida, me había adjudicado desde hacia tanto tiempo atrás.
Pasaron los días. Llegaba a los lugares donde tenía que mostrar las propiedades y miraba las calles, los barrios, las rutas con premura para ver si tenían las características del lugar señalado.
Los días iban pasando y mi ansiedad crecía y crecía. Me preguntaba si tendría la sagacidad de ver el lugar descripto por Lena. Temía equivocarme.
Era ya el último día en Monte del mar.
Solamente una cita más por atender. Otro lugar como los anteriores, viejos chalets en barrios tranquilos, casas que daban al mar una al lado de la otra, edificios de departamentos junto a otros similares, nada había de lo que Lena mencionaba en su carta.
Terminé de cerrar el último contrato en la oficina. Una firma garabateada sobre un documento y Gutiérrez que me alcanzó a la estación de micros.
Desganada y vencida subí al bus.Tomamos la carretera. Veía pasar los carteles de la ruta, autos, camiones, campos, urbanizaciones. La costa a mi lado derecho y campo a la izquierda. Nada tenía sentido.
Inesperadamente vi un cartel: “Nueva urbanización Brisas del mar” a 2 KM.
Nunca había visto ese edificio entre los listados de la inmobiliaria.
Instantáneamente me levanté del asiento cuando pasamos por las construcciones.
Sin perder tiempo me puse a gritar como loca, pare, pare, yo bajo aquí.
El chofer frenó sobre la banquina a 50 metros pasados los edificios.
¿ Se siente bien Señora? Mire que a 3 Km. de aquí hay un restaurante con baños… -No se preocupe, yo bajo aquí ustedes sigan, yo me arreglo.
No sabia si había cometido una entupida locura o estaba sobre lo cierto.
Una emoción inmensa provocaba que el corazón me latiera más fuerte.
El lugar era exacto, así tal cual lo había descripto Lena en su carta,
Hay unas edificaciones nuevas y solitarias entre el mar y la carretera, todo el resto esta descampado“.
Y así era, tres edificios tipo mono-blocks frente al mar. Absolutamente nuevos y vacíos, a unos 30 metros frente a la carretera. Alrededor nada, medanos, bosques a lo lejos, campo. Y yo allí sola, frente a una visión que alguien había tenido hacia más de 10 años.

¿ Y ahora que? -pensé- ¿ Como sabré el momento exacto?
Agudizaba mis sentidos mirando los vehículos que pasaban por la ruta.
Un auto con una familia. No
Un camión con vacas. No
Una camioneta con una pareja. No
Un auto con una señora sola. No
Las horas fueron pasando y ni rastros del hombre con el perro grande a su lado.
Ya estaba anocheciendo y tenia ganas de llorar.
¿Que haría yo en ese descampado lugar cuando llegara la noche ?
Estaba buscando el celular para llamar a Gutiérrez para que me rescatara dándole una explicación lógica sin que pensara que era una tonta, cuando en el horizonte vislumbré otro auto.
Quise darme la última oportunidad. Alguien venia a un lado del conductor, pero cuando estaba cerca vi que el co -piloto era un inmenso perro negro, el corazón me latió fuerte otra vez y las manos me traspiraban.
Sin dudar avancé a la ruta, saltando y agitando las manos sobre la cabeza.
El conductor frenó bruscamente a un lado de la carretera.
Yo no sabia que decirle.
¿ Que le diría? … Una desconocida escribió una carta hace muchos años pidiéndome que pare su auto por que era vidente y…
Estaba junto a la ventanilla del perro que me ladraba y del desconocido que me miraba expectante. Yo tratando de articular palabra, cuando un repentino ruido de frenos, nos robó la atención. Chillidos de un monstruo que resbala sobre el pavimento, feroces gruñidos de fierros retorciéndose al caer.
La dantesca visión de un inmenso camión volcado a lo ancho de la ruta en cámara lenta a varios metros de donde nos encontrábamos.
No hace falta ser vidente para saber que ésta noche cenaré con Víctor y su perro Hugo en el mejor restaurante de Monte del Mar.
Víctor es guapísimo y nos hemos caído muy bien.
¿Sabría Lena, que Víctor tenía un hermanito que hace 30 años murió ahogado a consecuencia de un ataque de epilepsia frente a las playas del faro?