Martina mantiene una mano sobre la otra. El puño derecho cerrado con todas sus fuerzas. Está inconciente, pero no obstante eso, su puño permanece sellado como una caja cerrada a doble llave.
Todos saben que son sus momentos finales y que tal vez no vea el sol del nuevo día.
En su casa del Este de Los Angeles, rodeada por sus hijas, sus nietos, algún que otro vecino, comadres y amigos. Todos han venido a despedirse de la buena mujer.
En su mano cerrada, sin nadie saberlo algo late lentamente al ritmo de su débil corazón.
Fue hace muchos años en su tierra, El Salvador, cuando el destino se lo trajo.
Era ella apenas una jovencita, en la finca de café donde vivía con su abuela . Quizás prediciendo una corazonada siniestra, la abuela para salvaguardarla le pidió que subiera piedras al árbol cercano a la humilde choza donde vivían.
Martina por días y días ayudándose por una cubeta y una soga, obediente y perseverante subió varias piedras pesadas al árbol como la abuela se lo pidió.
Estaba en una rama alta y frondosa acomodando las piedras, cuando escuchó desde lejos llegar una camioneta.
Era Don Manuel el dueño de las tierras donde vivían. Viejo lacivo y asqueroso a Martina nunca le simpatizó aquel tipo que parecía desnudarla con la mirada cada vez que estaba frente a el; esos ojos enrojecidos por el alcohol, meando sin el más mínimo pudor por los rincones sin importarle quien estuviera alrededor.
Por eso se quedó quietecita en la rama para evitar tener que verlo de frente.
Martina vio como Don Manuel entraba en la pequeña casa.
Al cabo de un rato escuchó los gritos de la abuela diciendo “no, no te la voy a entregar, mi nieta no está a la venta, por mas que usted. sea el dueño de la finca no se saldrá con la suya”
Don Manuel continuo” vieja idiota, decime donde esta la muchacha que tarde o temprano será mía aunque vos no quieras”
Lo próximo fueron mas gritos, ruidos de muebles que se corrían, loza que se rompía, y el viejo saliendo de la casucha con el machete ensangrentado, corriendo en dirección al árbol.
Estando allí parado bajo el árbol, machete en mano, mirando en todas direcciones, Martina empujó una inmensa piedra partiéndole la cabeza al viejo quien quedo tirado boca arriba creando un charco de sangre roja oscura que la tierra absorbía con sed.
La muchacha corrió a la casa, encontrando a la abuela tirada en el suelo muerta entre el desorden de una lucha librada un momento atrás.
No hubo tiempo de lagrimas, su instinto le sugirió huir.
Al pasar por el árbol, donde yacía el viejo tirado, notó que la piedra con la que lo había matado estaba partida en dos, adentro había otra, muy pequeña en forma de corazón de un rojo intenso. Se la echó a la bolsa y corrió, corrió y corrió.
Tanto corrió que cruzó Centro America. Viajó a pie, en camiones, en trenes y en autobuses, atravesó México y llegó a la frontera con los Estados Unidos desde donde un invierno desabrido atravesó el desierto casi descalza pero aferrada al talismán en forma de corazón.
Era extraño pero con el talismán en mano, latiendo como un pequeño corazón en el momento que lo necesitaba no sentía frío, ni hambre ni le dolían las llagas de los pies.
Aquel talismán de la suerte, así como lo descubrió con el tiempo y la necesidad, la acompañó toda la vida, siendo su secreto mejor guardado como la muerte de su abuela y la de Don Manuel.
Martina no tenia retornos. Solo miraba para adelante.
Y así se lo transmitió a sus hijas y a sus nietos que los impulsó a superarse y crecer gracias a sus sabios consejos y protección oportuna.
Martina murió antes del amanecer, con un gesto de paz en su rostro.
Sus hijas la vistieron y arreglaron antes de que la compañía funeraria la viniera a buscar.
Al abrirle el puño derecho, notaron un extraño polvo rojo que desapareció al caer en la alfombra del dormitorio.
Todos saben que son sus momentos finales y que tal vez no vea el sol del nuevo día.
En su casa del Este de Los Angeles, rodeada por sus hijas, sus nietos, algún que otro vecino, comadres y amigos. Todos han venido a despedirse de la buena mujer.
En su mano cerrada, sin nadie saberlo algo late lentamente al ritmo de su débil corazón.
Fue hace muchos años en su tierra, El Salvador, cuando el destino se lo trajo.
Era ella apenas una jovencita, en la finca de café donde vivía con su abuela . Quizás prediciendo una corazonada siniestra, la abuela para salvaguardarla le pidió que subiera piedras al árbol cercano a la humilde choza donde vivían.
Martina por días y días ayudándose por una cubeta y una soga, obediente y perseverante subió varias piedras pesadas al árbol como la abuela se lo pidió.
Estaba en una rama alta y frondosa acomodando las piedras, cuando escuchó desde lejos llegar una camioneta.
Era Don Manuel el dueño de las tierras donde vivían. Viejo lacivo y asqueroso a Martina nunca le simpatizó aquel tipo que parecía desnudarla con la mirada cada vez que estaba frente a el; esos ojos enrojecidos por el alcohol, meando sin el más mínimo pudor por los rincones sin importarle quien estuviera alrededor.
Por eso se quedó quietecita en la rama para evitar tener que verlo de frente.
Martina vio como Don Manuel entraba en la pequeña casa.
Al cabo de un rato escuchó los gritos de la abuela diciendo “no, no te la voy a entregar, mi nieta no está a la venta, por mas que usted. sea el dueño de la finca no se saldrá con la suya”
Don Manuel continuo” vieja idiota, decime donde esta la muchacha que tarde o temprano será mía aunque vos no quieras”
Lo próximo fueron mas gritos, ruidos de muebles que se corrían, loza que se rompía, y el viejo saliendo de la casucha con el machete ensangrentado, corriendo en dirección al árbol.
Estando allí parado bajo el árbol, machete en mano, mirando en todas direcciones, Martina empujó una inmensa piedra partiéndole la cabeza al viejo quien quedo tirado boca arriba creando un charco de sangre roja oscura que la tierra absorbía con sed.
La muchacha corrió a la casa, encontrando a la abuela tirada en el suelo muerta entre el desorden de una lucha librada un momento atrás.
No hubo tiempo de lagrimas, su instinto le sugirió huir.
Al pasar por el árbol, donde yacía el viejo tirado, notó que la piedra con la que lo había matado estaba partida en dos, adentro había otra, muy pequeña en forma de corazón de un rojo intenso. Se la echó a la bolsa y corrió, corrió y corrió.
Tanto corrió que cruzó Centro America. Viajó a pie, en camiones, en trenes y en autobuses, atravesó México y llegó a la frontera con los Estados Unidos desde donde un invierno desabrido atravesó el desierto casi descalza pero aferrada al talismán en forma de corazón.
Era extraño pero con el talismán en mano, latiendo como un pequeño corazón en el momento que lo necesitaba no sentía frío, ni hambre ni le dolían las llagas de los pies.
Aquel talismán de la suerte, así como lo descubrió con el tiempo y la necesidad, la acompañó toda la vida, siendo su secreto mejor guardado como la muerte de su abuela y la de Don Manuel.
Martina no tenia retornos. Solo miraba para adelante.
Y así se lo transmitió a sus hijas y a sus nietos que los impulsó a superarse y crecer gracias a sus sabios consejos y protección oportuna.
Martina murió antes del amanecer, con un gesto de paz en su rostro.
Sus hijas la vistieron y arreglaron antes de que la compañía funeraria la viniera a buscar.
Al abrirle el puño derecho, notaron un extraño polvo rojo que desapareció al caer en la alfombra del dormitorio.
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