FULMINANTE
La tormenta anunciada desde temprano por los noticieros no se hizo esperar.
Viento y lluvia azotaban sin pausa los árboles y el tendido eléctrico del barrio.
Los relámpagos descargaban su furia en el anubarrado horizonte, proyectando la luz enramada en aquel cielo violento; retumbando después la tierra como el eco de un golpe lejano.
Dentro de la casa las palabras dolían. No había pausa ni sosiego. El aire era un cerrado círculo sin espacios, colmado de nubarrones aun más negros que los que cercaban el cielo exterior.
Dolores, sola, sentada en su cama se tapaba los oídos. No quería oír.
No eran precisamente los truenos, a los que tanto temió en otro momento el motivo de su angustia .
Eran los gritos los que la sacudían una y otra vez rebotando en su cabeza, saltando en las paredes o metiéndose por debajo de la ranura de la puerta.
El hámster en su caja de vidrio corría frenéticamente en la rueda que emitía un molesto sonido agudo, como si quisiera alejarse de aquella situación incomoda.
Los papas de Dolores estaban discutiendo desde varias horas atrás.
La discusión se inicio por una pavada, como era usual, pero con los minutos una palabra irónica trajo otra palabra mal intencionada y poco a poco la ira salió a la superficie como una eczema que se rasca y se va extendiendo por el cuerpo, salvaje y urticante.
Viejas situaciones arrastradas, heridas del alma no curadas, disparados como dardos entre marido y mujer .
El orgullo, el brazo a no torcer, el “por que tu siempre” o el “por que yo nunca” generaron una bola de nieve imposible de frenar.
Palabras hirientes, insultos ácidos y golpes en las paredes llevaban a la pareja por un camino sin retorno, repleto de abismos por donde ambos rodaban cuesta abajo.
Fue todo tan rápido… Con tanto griterío ni se dieron cuenta cuando la ráfaga de viento abrió inesperadamente la puerta de la vivienda, entrando por la misma un rayo que fulmino instantáneamente a los dos . De estar rojos de ira, quedaron negros como el carbón.
Dolores no le teme a los truenos.
En las noches de tormenta, su abuela la abriga y le lleva leche tibia a la cama mientras le lee un cuento antes de dormir.
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