Julio 2001-
¡Estos niños, siempre
tan inquietos y pedigüeños!
Particularmente
en tiempo de vacaciones y visitando a los tíos, todo les entusiasma y les llama
la atención.
Sus tíos no dejan
de atender todos sus antojos. Aunque entiendo, esto pasa porque no los ven seguido
y cuando los visitamos la intensión es complacerlos y mimarlos.
Todo comenzó con
la idea de visitar el mercado aquel sábado de mañana.
Habíamos llegado la noche anterior desde Los Ángeles.
El día era
esplendido y diáfano, el cielo azul sin nubes, propicio para una buena caminata
al aire libre entre las históricas calles de nuestro pueblo natal.
Los niños
saltaban felices entre los adoquines, cuesta arriba de la calle que llevaba al
centro.
Muchos vecinos
rumbeaban en la misma dirección, todos se saludaban y parecían entusiasmados y
ansiosos de llegar a hacer las compras, rutina de cada sábado en el pueblo.
Llegando a la
calle donde se encontraba el mercado al aire libre, todos los sentidos se
abrían a los colores, sabores, olores, texturas y las voces de los feriantes
que sin más ni más vociferaban a toda voz sus mercancías.
Frutas maduras de
la estación, mangos, plátanos, papayas, jícama, guayabas, sandias, así como
todo tipo de verduras de la estación jitomates, calabazas, cebollas, gran variedad
de chiles frescos, traídos desde diferentes regiones; chipotle, serrano,
pasilla, habanero y sabrá Dios cuanto más.
Entre ropas
típicas, comidas caseras, utensilios de cocina, artesanías y cerámicas llegamos
al sector de los animales domésticos.
Los niños
quedaron atrapados bajo el encanto de esta sección.
Conejos, pollitos
y cabras.
Loros,
codornices, gallinas y gallos.
Patos… los niños
quedaron prendados de uno pequeño y vivaracho que los seguía por la jaula al
tiempo que ellos se movían de un lado al otro.
- ¿Mamá, me lo
compras? Mira que chiquito y bonito es.
¿sí? – Pidió Cristóbal, el más pequeño.
- ¿Cómo te lo he
de comprar, si estamos acá de vacaciones? Más luego tendremos que regresar a
casa en avión. ¡Imposible!
Allí fue que
intervino, mi hermano, el consentidor… - Yo se lo regalo hermana, y lo dejas en
casa, lo pondré en el fondo con las gallinas y el año que viene cuando regresen
el niño lo vera nuevamente ya convertido en un pato grande.
Entre mi hermano,
mi cuñada y los ecuincles que no paraban de pedir, no pude decir que no, así
que sin muchas opciones pusieron al patito en una pequeña caja de cartón y con
las provisiones ya adquiridas en el mercado regresamos a almorzar a la casa.
Las próximas semanas
fue una inseparable amistad entre Cristóbal y Nicolás, mis hijos, y el pato
Patin, al que así apodaron.
No había lugar al
que no lo llevaran. A la casa de los
otros familiares, a la plaza, a los lugares históricos, a lo de los amigos de
mi hermano, de paseo al rio, días de lluvia o de sol.
En la casa de mi
hermano, adentro o en el fondo, siempre estaban jugando con el dichoso patito.
Con una caja de
madera, que un vecino les dio, fabricaron la casita del pato. La pintaron con tempera roja y verde y con palitos
pegados le inventaron las ventanas. Al frente de la caja, en grandes letras de
imprenta de color amarillo escribieron “Patin”.
Los días se
fueron pasando rápidamente y las vacaciones llegaron a su fin.
El momento de
despedirse de la familia y del pato llegaba, así como la angustia y tragedia
que esto acarreaba en el corazón de Cristóbal y Nicolás, entre lágrimas y
suspiros ahogados.
Tomamos el vuelo
de regreso a casa en la temprana tarde de un día caluroso y bajo una
persistente lluvia.
Los niños
quisieron vestir sus chamarras a pesar del calor ya que no las querían llevar
en la mano para que no les incomodara y porque no tenían lugar en sus mochilas.
Llegando a Los Ángeles,
pasamos inmigraciones y aduanas sin ningún inconveniente y rápido tomamos
nuestras maletas del carrusel del desembarque.
Muy por el contrario
de lo que yo pensaba, al llegar a casa, los vi contentos y animados, cosa que
me llamo la atención luego de la angustiosa despedida.
Estaba en la
cocina enjuagando unos trastes, cuando me pareció que la mente me estaba
jugando una broma, al oír el graznido del pato.
Me sequé las
manos muy rápido dirigiéndome a la sala, cuando para mi sorpresa me encontré a Cristóbal
y Nicolás muertos de la risa, sentados en el piso con el pato entre ellos.
Me contaron que
se lo habían metido dentro de la chamarra de Nicolás y viajaron con el todo el
tiempo, sacándolo de a ratitos cuando iban al baño en el avión. ¡Quedé muda
ante semejante sorpresa!
Como se imaginarán,
con el tiempo el dichoso patito creció y resultó no ser un “pato” sino un “ganso”
protector de la casa y siempre amigo de mis traviesos hijos.