Conocía a estas hermanas de toda la vida.
Si bien eran
dos gotas de agua en lo físico, sus personalidades eran bien distintas.
La una sumisa casi tímida y hasta a veces perezosa, parecía
estar siempre a las órdenes de la otra que siempre tomaba la iniciativa.
A
simple vista parecía ser vanidosa, por todos los anillos que le gustaba usar, así
como algo cómoda y laxa, ya que derivaba la mayoría de las obligaciones en su
otra hermana, que parecía abarcar todo sin problema alguno.
Opuestamente, la otra era bien emprendedora. No le
asustaba el trabajo duro. Incansable, gustaba de ser la protagonista de todo
evento, empujando a su hermana tímida a la par, aunque esta no la siguiera de
manera estelar.
Un día la hermana emprendedora y activa, se enfermó
gravemente; volviéndose inerte, revolcándose en un inesperado dolor.
Poco a poco la otra hermana comenzó a hacerse cargo de
todas las tareas habituales que la hermana, otrora posesiva y brillante, no podía
ocuparse por su condición de enferma.
Le costó mucho al principio habituarse a tanto trabajo,
no estaba acostumbrada y las cosas no le salían muy bien, pero por amor y
viendo a su hermana tan enferma supero obstáculos y trato de cumplir a como diera
lugar con todas las obligaciones a las que debía enfrentarse, tratando de salir
lo más airosamente posible de cada situación.
En las horas de descanso se acercaba a su hermana
enferma, abatida ante aquel sufrimiento la acariciaba compasivamente,
susurrándole palabras de aliento.
Poco a poco y con esmerado cuidado y descanso la hermana
enferma fue sanando progresivamente, hasta curarse y volver a sus tareas
cotidianas.