Las mil menos una noche.
El invierno había llegado en extremo frío a aquel rincón del palacio Topkapi.
Afuera, Estambul era blanca e inerte.
Los chopos de nieve pegaban desordenados contra los vidrios de la ventana que daba al patio interno del harén.
Adel, el eunuco, como todas las tardes desde Noviembre avivaba el fuego que ardía en la chimenea. Cuando las llamas cobraban fuerza continuaba sirviendo el té al grupo de saqalibas a su cargo.
Lina, pensativa, tumbada sobre un almohadón de plumas contemplaba el frío espectáculo al otro lado de la ventana, sorbiendo lentamente el té, haciendo oído sordo a las risotadas de sus compañeras.
Bayda, la gata blanca, jugueteando con la manta, le destapó los pies y la sacó del ensimismamiento en el que estaba embarcada.
-Bayda, Bayda que traviesa que eres. ¿Qué haré contigo mi gatita preciosa?
Lina volvió su mirada melancólica sobre Adel, con aquella cara de niño, aunque ya no lo fuera desde hace mucho tiempo.
Siempre acompañándolas, y malcriándolas. Tratando, en lo que fuera posible, cumplir todos sus antojos hasta el punto de interceder ante la Sultana Valida para pedir algo especial para ellas. Frutas y golosinas, telas de seda, hilos de plata para bordar, inciensos y esencias.
Ahora él ya no podría interceder más por ella, la hora ya casi estaba por cumplirse.
Adel y su rostro imberbe, su piel tersa y oscura, su voz fina y aflautada.
Era su mirada lo que más la embelezaba. Aquella mirada inocente, que aún viéndolas desnudas o masajeándolas con ungüentos perfumados no reflejaban ni sombra de li vinosidad, dada su condición de eunuco.
Nunca olvidaría la tarde que Adel, cubierto en llanto, le contó su vida.
Aquel traumático recuerdo de cuando camino al mercado fue castrado por un egipcio cristiano, convirtiéndolo en un sandali o eunuco completo.
Desde aquel día, a sus cortos once años, su destino fue custodiar el harén.
La vida de Lina, tenía muchas semejanzas con la de Adel; si bien nunca sufrió de la vejación o la tortura física a las que él fue expuesto, ella también fue esclava desde pequeña.
El invierno había llegado en extremo frío a aquel rincón del palacio Topkapi.
Afuera, Estambul era blanca e inerte.
Los chopos de nieve pegaban desordenados contra los vidrios de la ventana que daba al patio interno del harén.
Adel, el eunuco, como todas las tardes desde Noviembre avivaba el fuego que ardía en la chimenea. Cuando las llamas cobraban fuerza continuaba sirviendo el té al grupo de saqalibas a su cargo.
Lina, pensativa, tumbada sobre un almohadón de plumas contemplaba el frío espectáculo al otro lado de la ventana, sorbiendo lentamente el té, haciendo oído sordo a las risotadas de sus compañeras.
Bayda, la gata blanca, jugueteando con la manta, le destapó los pies y la sacó del ensimismamiento en el que estaba embarcada.
-Bayda, Bayda que traviesa que eres. ¿Qué haré contigo mi gatita preciosa?
Lina volvió su mirada melancólica sobre Adel, con aquella cara de niño, aunque ya no lo fuera desde hace mucho tiempo.
Siempre acompañándolas, y malcriándolas. Tratando, en lo que fuera posible, cumplir todos sus antojos hasta el punto de interceder ante la Sultana Valida para pedir algo especial para ellas. Frutas y golosinas, telas de seda, hilos de plata para bordar, inciensos y esencias.
Ahora él ya no podría interceder más por ella, la hora ya casi estaba por cumplirse.
Adel y su rostro imberbe, su piel tersa y oscura, su voz fina y aflautada.
Era su mirada lo que más la embelezaba. Aquella mirada inocente, que aún viéndolas desnudas o masajeándolas con ungüentos perfumados no reflejaban ni sombra de li vinosidad, dada su condición de eunuco.
Nunca olvidaría la tarde que Adel, cubierto en llanto, le contó su vida.
Aquel traumático recuerdo de cuando camino al mercado fue castrado por un egipcio cristiano, convirtiéndolo en un sandali o eunuco completo.
Desde aquel día, a sus cortos once años, su destino fue custodiar el harén.
La vida de Lina, tenía muchas semejanzas con la de Adel; si bien nunca sufrió de la vejación o la tortura física a las que él fue expuesto, ella también fue esclava desde pequeña.
Recién
llegada de los Balcanes fue vendida por su propio padre al palacio.
Jamás se le olvidaría la mirada intrigante de la Sultana Valida,
examinándola con estricta rigurosidad entre un grupo de varias niñas
para tener el privilegio de ser aceptada en el harén.
Sus ojos verdes, su cabello rubio y piel clara, la pusieron en una posición ventajosa desde el primer momento para ser una saqaliba o mujer preferida.
Desde entonces, por casi cuatro años había vivido en Topkapi, separada de su madre (que no quería venderla) y sus hermanos menores a los que recordaba con cariño y tristeza, por que a pesar de su vida pobre y austera, ningún palacio podía ser comparado con el amor de su familia.
Desde que fue admitida, jamás salio de las cuatro paredes del harén.
Solamente Adel fue cariñoso y afectuoso con ella. Él era el único en quien ella confiaba. Le había enseñado a sentir la música con el corazón y recitar dulces poemas de amor, mientras observaban el cielo las noches de verano.
Con Adel se sentía segura en aquel mundo competitivo y hostil.
Por lo contrario, odiaba las clases con la vieja concubina Sahiba impuesta por la Sultana Valida. Siempre hablaba de lo mismo, "como complacer a su señor el Sultán".
¡Por Alá!, esa no era su meta en la vida, ¡y menos tener hijos de aquel gordo tirano!
Tan solo imaginarlo le causaba repulsión.
Éste era el motivo de la desazón de Lina. El momento de ser presentada al Sultán se acercaba.; impostergable, nadie la salvaría de ese día que tarde o temprano llegaría.
Por más que Adel la mimase y secara sus lágrimas con pañuelos de fina seda bordados en oro, él no podría interceder por ella en aquella situación.
Quedarse a solas con el Sultán seria su "graduación". Allí debería dar gala a todas las artes amatorias aprendidas en aquellos años. Su oportunidad de agradar al Sultán y tal vez llegar a ser un día una Kadin o "esposa preferida" o al menos estar entre las primeras cuatro.
¡O por gracia de Alá!, dar a luz el hijo que fuera el siguiente Sultán.
Lo único que le agradaba de ésta fantástica idea era convertirse en la Sultana Valida, y abrir las puertas de aquella cárcel llamada harén dejando salir a todas las niñas que allí vivían contra su voluntad.
Llegó el fatídico día; Lina fue preparada para ser presentada al Sultán.
Desde temprano la llevaron al Hamman, la untaron con finas esencias, la depilaron, pintaron, y vistieron elegantemente para aquella importante ocasión.
Estaba bellísima, sus ojos verdes realzados de negro. Su cabello rubio, largo y sedoso. Su juventud y dulce frescura. Aquella inocencia de ángel asustado.
Lina se despidió de Adel antes de marchar a la recamara del Sultán. No hubo palabras, no hacia falta, solo un abrazo. Lina seco con el dedo una lágrima que caía por la mejilla de Adel quien se quedó acurrucado en un rincón al costado del bracero.
Eran las 7 de la noche y Lina marchaba por los fríos pasillos del palacio como quien camina rumbo al cadalso. A lo lejos se escuchaban los ruidos de las diferentes salas. Las risas de los niños de las concubinas jugando en su pabellón, los platos que juntaban en el comedor, voces y ecos lejanos.
Todo era silencio en la recamara del Sultán.
La puerta se cerró tras ella, dejándola a solas y sin saber que hacer.
Estaba en penumbras, solamente la chispeante luz de la chimenea que emanaba un calor agradable. Se acercó al fuego frotándose las manos. No dejaba de temblar de frío y de miedo.
De pronto se sintió observada. Por atrás de ella se acercaba el Sultán, como un tigre agazapado presto a saltar sobre su presa.
No dijo nada, solamente la tomó por la muñeca con firmeza. Llevándola a un rincón del dormitorio donde los delicados almohadones se distribuían elegantemente sobre la mullida alfombra frente a la ventana desde donde se veían tenues luces sobre el mar. - Barcos - pensó Lina y soñó con escapar.
Allí la tumbo y la comenzó a desvestir lentamente.
Lina no dejaba de temblar, no podía recordar las instrucciones que Sahiba le había dado.
La vergüenza la bloqueaba, pero si se resistía sería peor, como le advirtió su maestra.
Aquella amenaza la inmovilizaba y le retumbaba en la cabeza como un látigo.
-Esta noche serás mía pequeña, tendrás el privilegio de que, yo, tu Sultán y Señor te desvirgue. Piensa en cuantas niñas de éste gran imperio otomano darían su vida por estar aquí en tu lugar para pasar una noche conmigo. Le dijo sensualmente al oído.
Sus pequeños senos quedaron expuestos. Él la acariciaba mientras admiraba su belleza; luego lenta y golosamente pasó su lengua por el cuello y sus pechos.
La repugnancia la invadió. Inmóvil, se evadió mirando por la ventana al mar, iluminado por la luna llena. Se imaginaba sobre un barco, de mañana, con el viento golpeando sus mejillas, como aquella vez cuando era niña, tiempo antes de llegar al harén.
Así, ella enajenada, él jadeante y sudoroso, la penetró. El fuego de la chimenea se nubló por el llanto mudo de aquel segundo, y sus mejillas húmedas mojaron la tela del almohadón donde apoyaba la cabeza.
Por fin el Sultán, se movió a un costado quedando boca arriba a su lado.
-Para ser la primera vez ha sido bastante bueno. Exclamó el hombre.
-Tú me gustas pequeña, tienes buen futuro como ikbal (favorita). Eres tersa y dócil, bella y suave como pocas.
-Tu misión es complacerme, para eso estás aquí y lo sabes.
Ahora vístete y vete que tengo sueño y quiero dormir.
Le diré a Sahiba que mañana por la noche te vuelva a traer.
Lina llegó al cuarto donde las otras saqalibas dormían.
Nadie la escuchó llegar, solamente Adel, quien salió de la sombra para recibirla.
La tomó suavemente de la mano y la condujo a la habitación contigua.
El le secó las lágrimas con besos y la abrazó frotándole la espalda.
-Quiere que regrese mañana. Dijo ella en un susurro ahogado.
- Por favor, no quiero regresar.
- No vas a regresar, amor. Juntos nos escaparemos. ¿Cuándo te he fallado mi dulce Lina? Al siguiente día el Sultán ordenó a Sahiba que le preparase a la pequeña de ojos claros y cabello rubio que había iniciado la noche anterior.
Pasaron horas buscándola; también a Adel.
Por fin se les ocurrió buscar en el cuartito pequeño al costado del dormitorio.
En el piso, envueltos en un charco de sangre los encontraron abrazados.
Con una daga de plata Adel mató a Lina y luego se mató él.
Adel y Lina son libres. Hay quien cuenta que flotan en una barca invisible sobre el mar de Marmára con el viento golpeando sus mejillas. El tan negro y ella tan blanca.
Sus ojos verdes, su cabello rubio y piel clara, la pusieron en una posición ventajosa desde el primer momento para ser una saqaliba o mujer preferida.
Desde entonces, por casi cuatro años había vivido en Topkapi, separada de su madre (que no quería venderla) y sus hermanos menores a los que recordaba con cariño y tristeza, por que a pesar de su vida pobre y austera, ningún palacio podía ser comparado con el amor de su familia.
Desde que fue admitida, jamás salio de las cuatro paredes del harén.
Solamente Adel fue cariñoso y afectuoso con ella. Él era el único en quien ella confiaba. Le había enseñado a sentir la música con el corazón y recitar dulces poemas de amor, mientras observaban el cielo las noches de verano.
Con Adel se sentía segura en aquel mundo competitivo y hostil.
Por lo contrario, odiaba las clases con la vieja concubina Sahiba impuesta por la Sultana Valida. Siempre hablaba de lo mismo, "como complacer a su señor el Sultán".
¡Por Alá!, esa no era su meta en la vida, ¡y menos tener hijos de aquel gordo tirano!
Tan solo imaginarlo le causaba repulsión.
Éste era el motivo de la desazón de Lina. El momento de ser presentada al Sultán se acercaba.; impostergable, nadie la salvaría de ese día que tarde o temprano llegaría.
Por más que Adel la mimase y secara sus lágrimas con pañuelos de fina seda bordados en oro, él no podría interceder por ella en aquella situación.
Quedarse a solas con el Sultán seria su "graduación". Allí debería dar gala a todas las artes amatorias aprendidas en aquellos años. Su oportunidad de agradar al Sultán y tal vez llegar a ser un día una Kadin o "esposa preferida" o al menos estar entre las primeras cuatro.
¡O por gracia de Alá!, dar a luz el hijo que fuera el siguiente Sultán.
Lo único que le agradaba de ésta fantástica idea era convertirse en la Sultana Valida, y abrir las puertas de aquella cárcel llamada harén dejando salir a todas las niñas que allí vivían contra su voluntad.
Llegó el fatídico día; Lina fue preparada para ser presentada al Sultán.
Desde temprano la llevaron al Hamman, la untaron con finas esencias, la depilaron, pintaron, y vistieron elegantemente para aquella importante ocasión.
Estaba bellísima, sus ojos verdes realzados de negro. Su cabello rubio, largo y sedoso. Su juventud y dulce frescura. Aquella inocencia de ángel asustado.
Lina se despidió de Adel antes de marchar a la recamara del Sultán. No hubo palabras, no hacia falta, solo un abrazo. Lina seco con el dedo una lágrima que caía por la mejilla de Adel quien se quedó acurrucado en un rincón al costado del bracero.
Eran las 7 de la noche y Lina marchaba por los fríos pasillos del palacio como quien camina rumbo al cadalso. A lo lejos se escuchaban los ruidos de las diferentes salas. Las risas de los niños de las concubinas jugando en su pabellón, los platos que juntaban en el comedor, voces y ecos lejanos.
Todo era silencio en la recamara del Sultán.
La puerta se cerró tras ella, dejándola a solas y sin saber que hacer.
Estaba en penumbras, solamente la chispeante luz de la chimenea que emanaba un calor agradable. Se acercó al fuego frotándose las manos. No dejaba de temblar de frío y de miedo.
De pronto se sintió observada. Por atrás de ella se acercaba el Sultán, como un tigre agazapado presto a saltar sobre su presa.
No dijo nada, solamente la tomó por la muñeca con firmeza. Llevándola a un rincón del dormitorio donde los delicados almohadones se distribuían elegantemente sobre la mullida alfombra frente a la ventana desde donde se veían tenues luces sobre el mar. - Barcos - pensó Lina y soñó con escapar.
Allí la tumbo y la comenzó a desvestir lentamente.
Lina no dejaba de temblar, no podía recordar las instrucciones que Sahiba le había dado.
La vergüenza la bloqueaba, pero si se resistía sería peor, como le advirtió su maestra.
Aquella amenaza la inmovilizaba y le retumbaba en la cabeza como un látigo.
-Esta noche serás mía pequeña, tendrás el privilegio de que, yo, tu Sultán y Señor te desvirgue. Piensa en cuantas niñas de éste gran imperio otomano darían su vida por estar aquí en tu lugar para pasar una noche conmigo. Le dijo sensualmente al oído.
Sus pequeños senos quedaron expuestos. Él la acariciaba mientras admiraba su belleza; luego lenta y golosamente pasó su lengua por el cuello y sus pechos.
La repugnancia la invadió. Inmóvil, se evadió mirando por la ventana al mar, iluminado por la luna llena. Se imaginaba sobre un barco, de mañana, con el viento golpeando sus mejillas, como aquella vez cuando era niña, tiempo antes de llegar al harén.
Así, ella enajenada, él jadeante y sudoroso, la penetró. El fuego de la chimenea se nubló por el llanto mudo de aquel segundo, y sus mejillas húmedas mojaron la tela del almohadón donde apoyaba la cabeza.
Por fin el Sultán, se movió a un costado quedando boca arriba a su lado.
-Para ser la primera vez ha sido bastante bueno. Exclamó el hombre.
-Tú me gustas pequeña, tienes buen futuro como ikbal (favorita). Eres tersa y dócil, bella y suave como pocas.
-Tu misión es complacerme, para eso estás aquí y lo sabes.
Ahora vístete y vete que tengo sueño y quiero dormir.
Le diré a Sahiba que mañana por la noche te vuelva a traer.
Lina llegó al cuarto donde las otras saqalibas dormían.
Nadie la escuchó llegar, solamente Adel, quien salió de la sombra para recibirla.
La tomó suavemente de la mano y la condujo a la habitación contigua.
El le secó las lágrimas con besos y la abrazó frotándole la espalda.
-Quiere que regrese mañana. Dijo ella en un susurro ahogado.
- Por favor, no quiero regresar.
- No vas a regresar, amor. Juntos nos escaparemos. ¿Cuándo te he fallado mi dulce Lina? Al siguiente día el Sultán ordenó a Sahiba que le preparase a la pequeña de ojos claros y cabello rubio que había iniciado la noche anterior.
Pasaron horas buscándola; también a Adel.
Por fin se les ocurrió buscar en el cuartito pequeño al costado del dormitorio.
En el piso, envueltos en un charco de sangre los encontraron abrazados.
Con una daga de plata Adel mató a Lina y luego se mató él.
Adel y Lina son libres. Hay quien cuenta que flotan en una barca invisible sobre el mar de Marmára con el viento golpeando sus mejillas. El tan negro y ella tan blanca.