Soy conciente de que fui parte de la mayoría de las personas que vivimos aquel tiempo y que no nos dábamos cuenta en el campo minado sobre el que habitualmente estábamos parados.
Años después como en el juego a la escondida, las atrocidades fueron saliendo de sus escondites y los culpables obligados a dar la cara diciendo que lo hicieron por el bien de la patria.
Cualquiera podía ser catalogado de “subversivo” sin necesidad de participar o estar afiliado a ningún partido político o ideología. La hora equivocada en el lugar equivocado era suficiente para pasar un mal rato en el mejor de los casos.
La policía y las fuerzas militares eran los cucos de la peor pesadilla imaginable. El Falcon verde la nave donde los monstruos de transportaban y llevaban a sus victimas.
Era 1977 en la ciudad de Buenos Aires. Mis nuevos 18 años parecían muchos. El mundo y el futuro me pertenecían y me sentía fuerte donde estaba parada.
Un año atrás había terminado la secundaria y ese año estudiaba recreación en el Parque Chacabuco, una pequeña carrera relacionada a la educación física en el área educativa.
En esos tiempos aún no estaba la autopista que hoy día corta el parque al medio.
En la esquina de Asamblea y Curapaligue estaba el campo deportivo con el gimnasio en la entrada y la pista de atletismo mas atrás. En el corazón del parque se encontraba la piscina pública donde casi todos los veranos íbamos a nadar con mis primas o mi hermana.
Por la avenida Del Trabajo se encontraba la escuela Municipal de Recreación donde yo estudiaba en horario nocturno. El mismo edificio por la mañana funcionaba como escuela pública primaria. Típica escuela dispuesta con aulas que daban al patio central con galerías laterales llenas de columnas de hierro y pisos de baldosas blancas y negras, Un edificio que ya en esa época tenía unos 50 o 60 años.
En la esquina frente a la pista de atletismo, estaba la Iglesia de la Medalla Milagrosa, donde mis padres se casaron ya que mi madre vivió en ese barrio desde que volvió de España en los tiempos que estallo la guerra civil, hasta que se caso con papa por el 48’.
Algo que me preocupó en ese tiempo, fue el conflicto del canal de Beagle con Chile .
Pensar en la guerra me parecía inconcebible y me asustaba. Nunca fui muy devota, pero recuerdo haber entrado a la Iglesia a pedirle a la Virgen por la paz entre Chile y Argentina.
León Gieco saco la canción “Solo le pido a Dios” que escuchábamos de manera casi clandestina, por que la música “progresiva” no se escuchaba por la radio.
Mabel, mi compañera catamarqueña vivía en una pensión del mismo barrio donde yo vivía por San Cristóbal. Las dos viajábamos juntas en colectivo cuando salíamos de la escuela a las 12 de la noche. Yo me bajaba primero y ella unas cuadras después. A veces entre mate y mate estudiábamos juntas por la tarde. Nos acompañábamos a las practicas de los sábados o compartíamos los apuntes.
La espera del 139 a veces se hacia eterna en aquellos días de invierno donde el viento frío del parque nos sacaba sabañones. La humedad que calaba hasta los huesos sin importar la bufanda hasta las orejas y las manos enguantadas en los bolsillos. Había que saltar para entrar en calor y para que el castañetear de los dientes no nos ganara.
En la calle vacía brillaban los adoquines en las noches de llovizna intensa con los escasos autos que por allí pasaban. El parque era una bola oscura y las casas con todas las persianas cerradas parecían ser parte de una ciudad abandonada. Una de esas noches, esperando que pasara el colectivo mientras hablábamos animadamente con Mabel, vi un auto de la policía pasar despacito.
Creo que casi no me llamo la atención, hasta que lo vi pasar otra vez, y allí reparé que ya lo había visto antes.
Inocentemente pensé y le dije a Mabel -debe de estar pasando algo acá cerca por que ya es el segundo que pasa-
A ella le cambio la expresión de la cara y hasta pálida se puso, diciéndome - no te asustes, pero el auto paró y los policías vienen para acá-
Yo pensé que era una broma, pero tampoco quise darme vuelta para asegurarme.
Segundos pasaron cuando alguien dijo - documentos-. El asunto no era juego.
Sin querer comenzamos a temblar como hojas.
Le dimos los documentos. Tres nos rodearon. Después vinieron las preguntas. ¿De dónde veníamos, que hacíamos, que estudiábamos, a donde íbamos, que llevábamos?… y otras cosas por el estilo.
La verdad es que no recuerdo que le contestamos o si escuchaban nuestras respuestas.
En un momento inesperado, nos arrebataron los libros y apuntes revisando todo desordenadamente, recorriendo las hojas de un lado al otro como quien quiere ver una caricatura en movimiento.
Era viernes, el día de música y yo llevaba la guitarra en su estuche.
Allí mismo y sin permiso, ¿que permiso? Me la arranco de la mano y se la puso a sacudir por el mango como sonajero de bebe.
No quería pensar en lo próximo. ¿Que mas querían? El sudor frío del miedo y la impotencia de no poder hacer nada me corría por debajo de la ropa. Hasta que dando vuelta por la esquina como un pájaro salvador saliendo de una nube blanca apareció el 139.
Hice un esfuerzo (creo fue mi instinto de sobrevivencia) y en un hilo de voz que saque de atrás del miedo, dije tímidamente- por favor señor allí viene nuestro colectivo, ¿nos podemos ir?
El cana medio sorprendido y tal vez porque estaba de buenas, nos dijo -vayan-
Creo que el alma nos regreso al cuerpo, volvimos a respirar, a vivir, y a creer que nos esperaba un futuro prometedor y bueno.
Muchas veces pensé en lo que nos hubiera pasado si ese colectivo no hubiera llegado, o si no nos hubieran dejado ir haciéndonos subir al “Falcon verde”
Pensé en mis padres a entradas horas de la noche saliendo a la calle a esperarme, ¿a quien le preguntarían donde estaba su hija?, ¿quien les hubiera dado una respuesta?
Por suerte aquella fue la primera y última experiencia que tuvimos con la policía a lo largo de los dos años que estudiamos allí; alguna vez algún idiota que pasaba en auto nos molesto ocasionalmente, pero nada digno de recordar o temer.
Fue la misma esquina pero en diagonal, frente a la Iglesia esperando el colectivo 4 a donde llego el ángel. Ese día Mabel no estaba y yo me iba a la reunión del grupo scout a la casa de mi amigo Binimellis.
Desde donde estaba parada podía ver la vereda del parque sobre la calle Asamblea. Fácilmente unas 4 cuadras de punta a punta del parque. Poco podía ver por la pobre luz del alumbrado público, había tramos que por la sombra de los árboles y lo oscuro de la noche no se distinguía bien. En un momento vi que por la vereda venia caminando alguien, despacio pero con paso firme, primero fue lejano y pequeño, como las cosas que se ven en perspectiva, de a ratos desaparecía en las sombras, pero al momento emergía a la tenue luz. Yo creo demoró unos 10 minutos o más en llegar hasta donde yo estaba. Era un muchacho joven, tal vez mayor que yo. Delgado y de pelo oscuro.
Cruzó la calle y se paró a mi lado. Sin mayores vueltas ni preámbulos me pregunto: - ¿Vos crees en Dios? - Yo quede sorprendidísima por la pregunta, nunca hubiera esperado que alguien a esa hora y en ese lugar solitario, salido de la nada me preguntara tal cosa. Lo mire a los ojos y le dije: -Si, claro -
A lo que él me respondió : -Con razón estas a esta hora y en este lugar, sola- y dicho esto, así como llego se fue, retomo sus pasos por donde había venido. Volvió por la misma vereda entre penumbras y sombras hasta que desapareció en la distancia.
Yo me quede con tantas preguntas. ¿Quien era? , ¿De donde había salido?
Al otro día le conté a mi madre la extraña experiencia de la noche anterior . Ella quedo tan asombrada como lo estaba yo.
Lo que se le ocurrió decirme y para darle una explicación a lo pasado es que aquel muchacho era mi ángel, que siempre había estado allí para cuidarme, y esa noche se presentó.
Ese pensamiento me gusto y creo está muy cerca de la verdad, o al menos así lo he querido pensar hasta hoy.