lunes, 3 de enero de 2011

Manuela, Desnuda

Era Manuela una mujer casi común. 
Ni muy gorda ni muy flaca, ni muy bonita ni muy fea, ni muy joven ni muy vieja . 
Nada llamaría la atención de ella al pasar a su lado, con excepción de su mejor virtud y su peor defecto, según lo quiera ver cada uno.  Lo que sucede es que  era Manuela una mujer desnuda. Así como les digo, Manuela era una nudista  empedernidamente nata de pies a cabeza.
Su nudismo lo vestía en su propia casa. Nada necesitaba, vivía sola y así era feliz.
Aunque en varias ocasiones esto le provocó ciertos inconvenientes y contrariedades.  Básicamente  los problemas comenzaban en la puerta de calle cada vez que alguien llamaba. 
Ella atendía muy naturalmente, pero en este sencillo acto, olvidaba lo que el común de la gente le hacia recordar y aunque todos bajo la ropa somos esencialmente iguales, nadie le perdonaba el hecho de que ella fuera distinta mostrando algo tan simple como su propia  anatomía.  Sabido es que la  sociedadno perdona a los que se salen de los moldes.  
Paso aquel día, cuando a Doña Zulma, la vecina de al lado se le había terminado el azúcar y le fue a pedir una taza a Manuela. Al verla, dejo caer la taza al suelo estrepitosamente, haciéndola añicos contra el duro mosaico de la entrada. 
Con su cara de disgusto y sorpresa, abrió la boca para vociferar un insulto:¡degenerada!.
Luego salio rápidamente en dirección a su casa hablando por lo bajo y dejando a Manuela contrariada.
Trayendo escoba y pala, Manuela, tuvo que limpiar la loza rota y desparramada que amenazaban con lastimar sus pies descalzos .
Por que si la vecina podía lucir con tanto desparpajo esos horrorosos ruleros y espantosa bata, ella no podía vestir únicamente esa piel tan suave que Dios le había dado, así como sus lunares, su ombligo redondo, sus pechos pequeños, sus codos ásperos o su bello púbico. 
En otra ocasión aconteció cuando la compañía de gas tuvo que hacer una revisión de los caños de la vecindad debido a una perdida sin resolver y un empleado de la compañía toco a su puerta.
Cuando ella atendió, al hombre taciturno y aburrido se le salieron los ojos de las orbitas al verla; sin poder decir palabra ni sacarle los ojos de encima a Manuela. 
Tuvo ella que preguntarle dos veces que quería, para que éste, experimentando un cambio radical  de actitud, sensual y lacivo le dijera: ”mamita, yo que venía a mirar los caños ahora miraré otras cosas…” 
Y cuando el tipo amago a dar un paso al interior de la casa para tocarla, ella con rápido reflejo le dio un portazo en la cara, apoyando luego su espalda contra la puerta. Se sintió acosada y con aquella desagradable sensación, mezcla de asco y enojo. 
En poco tiempo la habían tomado de degenerada y de puta. ¡Esto era inconcebible! Ella no se lo merecía. Tampoco había hecho nada para que la tratasen así, mas que ser ella misma.
¿Acaso se censuraba a los gatos , vestidos en su suave pelambre maullando en las noches de luna por los tejados?.  O las palomas,  vestidas en sus plumas grises, comiendo las migajas en la plaza.

Una mañana quiso salir y recordó que sobre el ropero, donde guardaba sus recuerdos familiares tenia una valija con algo de ropa. 


Se vistió sintiéndose como un astronauta dentro de su traje espacial. Se sentía ridícula e incómoda. 
Los pies se le freían dentro de los zapatos, la cabeza le daba vueltas, los ruidos y la gente la fastidiaban.
¿Como podría ser fiel a ella sin estar en contra del mundo que la rodeaba?
De regreso en su casa, luego del corto paseo, se desvistió rápidamente. La piel le picaba y tenia ampollas en los talones. 
No le faltaron las ganas de tirar la ropa y los zapatos por la ventana.
Como en bandada, llegaron a su pensamiento los mortificantes momentos  vividos junto a la vecina y al empleado publico humillándola, mezclado con la azarosa actividad de gente hipócrita, vestida en grises atuendos que iba y venia por las calles de la ciudad. Todos estaban allí, del otro lado de su puerta, amenazantes, acechándola ante el menor intento de salir así como ella era, Manuela desnuda. 
Para cambiar su humor, tomó de la biblioteca la enciclopedia con las imágenes de sus personajes favoritos:
Lady Godiva con su largo y hermoso cabello, montando un brioso caballo negro. 
La maja desnuda de Goya,  cómodamente recostada en su sofá. 
La madre Eva y el padre Adán sacando las manzanas de los árboles del paraíso. 
El escultural y varonil David de Miguel Ángel no dejaba de fascinarla y hacerla soñar. 
Una madrugada, sin saber bien la hora, despertó,  hacia calor y no podía dormir. 
Los ruidos de la calle habían enmudecido, y fue así que sintiéndose segura en el abrigo de la oscuridad y del silencio decidió salir a tomar el aire fresco de la noche.
Vestida en su piel, traspaso la puerta, protegida por las sombras, rodeada por el aroma de jazmines y azahares de los jardines. 
Dando vuelta en una esquina acompañada por el maullido de los gatos , un inoportuno rayo de luna la iluminó repentinamente y un fiero perro salió a su encuentro mostrando sus dientes amenazadores. Aquel fue el final de su   tranquilo paseo.
Dio media vuelta y hecho a correr sobre sus pasos.
Una sirena escandalosa comenzó a chillar tras ella junto a multicolores luces que la perseguían, había ventanas que se abrían y cerraban , gente que le chiflaba y señalaba con el dedo.
Corría y corría desesperadamente. El corazón parecía salírsele del pecho. El aire le faltaba. Miraba atrás cada segundo para estar segura que ni el perro, ni la sirena, ni las luces o la gente la alcanzaban.
Junto a una oscura ligustrina una mano firme y fría la jaló al interior haciéndola desaparecer de la amenazante calle. 
Ya no experimentó mas el miedo y su respiración se normalizó inmediatamente. Una espontánea paz la embargó. Tranquila, pero sin saber donde estaba se sintió como en casa. 
Todos los miércoles por la mañana el grupo de jubilados de la zona se reúne en el Parque Municipal para jugar su partido de ajedrez semanal.
Fue Don Vicente quien señaló a sus compañeros algo que le llamo mucho la atención.
En el solar central del parque sobre la habitual tarima de mármol blanco la solitaria estatua del hombre desnudo, ya no estaba sola, de su mano otra estatua, igualmente desnuda lo acompañaba. Era una joven de apacibles y felices rasgos. 
 ¡ Que hermosa estatua!,   dijeron los viejos al unísono.