viernes, 27 de noviembre de 2009

En el fondo del mar de mis memorias


Era un día como otro más de la semana, nada extraordinario había sucedido aquel día mas que el acelerado correr de las horas en las tareas que nos vemos envueltos todos rutinariamente. Llegando ya la noche y cansada por la faena del día, termine con las cuentas que tenia a pagar. Luego mientras lavaba los platos de la cena un vaso se rompió y tuve que barrer los vidrios que se encontraban di


spersos hasta por debajo de los muebles. Baje el volumen de la tele que estaba muy alto hasta que di fin a aquel día apagando las luces de la cocina y cerrando con llave las puertas.


Un baño de agua caliente llego de perlas sobre mi cansado ser. Cuando termine el baño me sumergí dentro del pijama como quien recibe un premio anhelado .

Abrí la cama y rapidito me metí adentro como quien se zambulle en la piscina una calurosa tarde de verano.

Así fue que me encontraba en esa vigilia entre la conciencia y el sueño.

La habitación estaba en penumbras con esa leve claridad entre adivinanzas de sombras y formas que desde la calle llegaban.

A lo lejos, un murmullo de autos como olas de mar en un remoto pueblo de la costa.

Claramente el cantar de un pájaro ; locamente despierto a esas horas de la noche.

Mi cuerpo relajado, tibio y seguro. “El dormir es como estar en el vientre materno”, -decía mi madre. Entonces las sabanas y colchas serian como estar en un liquido amniótico de tela.

Y así fue que me fui quedando dormida con el pensamiento perdido en algún divague. Casi sin darme cuenta no vi la claridad de la calle, ni oí mas los autos ni al pájaro cantor.

De pronto estaba en el tope de un acantilado blanco con una especie de vegetación seca y verde a la misma vez. La brisa era fresca y agradable, es mas lo sabía porque veía mis ropas moverse, pero yo no la sentía.

Allí frente a mi estaba el mar, inmenso y verde hasta el horizonte, el cielo azul y un sol brillante que no encandilaba.

Dentro del mar comencé a distinguir inmensas formas que se movían.

Primero eran apenas irreconocibles sombras torpes y profundas, pero de a poco pude ir distinguiendo y entendiendo que las formas y sombras se convertían en peces, inmensos peces. El agua cada vez era más transparente y yo podía distinguir claramente sus grandes formas y colores. Eran 2, no eran 6 tal vez 10...... Gigantes, armoniosos y ágiles como solo ellos podían serlo. Ellos, los peces, provocaban una inmensa atracción en mi y no podía dejar de mirarlos.

Tan pronto estaban cerca como de pronto se alejaban pero al rato regresaban ejecutando su curiosa y continua danza.

Sin saber cómo, mis pies se levantaron del suelo y sentí que caería por el precipicio, pero hice un esfuerzo por mantenerme y comencé a volar y a contemplar los peces desde el aire. Los seguía fascinada para el Norte y para el Sur, para el Este y el Oeste distinguiendo los puntos cardinales tan solo por el instinto. Los inmensos peces no dejaban de bailar y parecía que cada vez se desplazaban más rápido.

Yo seguía en mi esfuerzo de mantenerme volando pero me fui cansando y comencé a perder altura , el agua estaba cada vez más cerca y ya no veía la costa solamente el agua con los peces fascinadores dentro.

No pude aguantar más y caí. Fue como caer en cámara lenta, no paraba de caer y caer hasta atravesar la barrera del agua, y me hundía y hundía.

Burbujas blancas , rayos de sol y el color verde del agua me rodeaban hasta que pare de hundirme y quise subir.

Me llamo la atención no sentir el frío del agua , trate con todas mis fuerzas de ir para arriba y salir a la superficie pero por más que nadaba y nadaba nunca lograba emerger. Entonces pensé que me ahogaría, pero como pasaba el tiempo y yo allí seguía sin alterarme descubrí que en el agua podía respirar y me sentí bien.

Mire a mi alrededor y todo era verde esmeralda . Rayos de luz llegaban desde arriba como reflejos de linternas que se colgaban sin lograr distinguir con claridad la superficie . Entonces me quede quieta, suspendida y flotando de manera vertical. Todo era paz y armonía.

El silencio más absoluto me envolvió. Todo estuvo así por un tiempo, segundos, minutos acaso horas no lo pude saber. Sola disfrutando de la inmensidad que me contenía y rodeaba . Era la compañera soledad conmigo adentro.

De pronto sentí otras presencias y de la nada surgieron caras que me observaban. Eran los peces que antes había visto desde el aire. Lo supe de inmediato.

Lejos de tenerles miedo sentí amor por ellos, un amor profundo y puro como una energía que creaba calor adentro mío y una inmensa emoción me colmo.

Los peces lucían como delfines de colores extraños y armoniosos. Suaves y sonrientes se acercaban cada vez más a mi hasta rodearme y tocarme con sus trompas.

Los acaricie , les sonreí y comencé a jugar con ellos parecían retozar y se alejaban un poquito como diciendo “alcánzame”. Estuvimos un rato así hasta que uno de ellos me tomo delicadamente con su boca de la muñeca y me llevo a lo más profundo, seguido por los otros en bandada. Íbamos muy rápido comencé a divisar arrecifes, y bosques de algas que surgían del fondo que no llegaba a ver. Todo era en colores maravillosos, anaranjados, violetas, turquesas y rojos. Pequeños peces de colores entre las algas o los corales rosados. Anduvimos un buen rato así atravesando a toda velocidad el océano de a ratos distinguiendo el fondo arenoso y de a ratos vislumbrando profundidades inmensas y oscuras.

Llegamos a un lugar con suelo plano de arena blanca. Allí el pez soltó mi muñeca y me dejo caminar a una puerta pequeña y conocida.

Era una puerta celeste vieja y despintada por el tiempo con 6 vidrios en la parte superior y solida abajo. Tome el picaporte y la abrí suavemente. Del otro lado estaba el patio de mi casa de la infancia, aquel con baldosas rojizas y una escalera que llevaba a la terraza.

En el fondo la hiedra que cubría la pared, las macetas llenas de claveles, geranios y malvones violetas, rosados y rojos. Me cubría la sombra de la parra con pequeños racimos de uva chinche. No había duda , era verano!!!!

No podía ver mi cara pero vi mi pelo largo y castaño hasta la cintura. Mire mis manos sin anillos , eran pequeñas y no tenían venas ni manchas. Mi torso era chato como una sartén y me di cuenta que era niña otra vez.

El Pilo. mi perro un foxterrier blanco y negro me miraba desconfiado desde la puerta del lavadero creo que no me reconoció.

Inmediatamente oí la voz de mi madre que me decía: -”Adri vas a tomar té o Vascolet?, Ven siéntate que te sirvo, ya son las 7 y no tarda en llegar tu padre-” Una inmensa emoción se alojo en mi garganta.

Quede muda y no pude emitir palabra. La pequeña mesa delante mío tenia la tetera blanca que hoy día guardo en la vitrina, la azucarera y la jarra de acero inoxidable que están en el estante de la cocina; de una panera salían cantidad de crujientes tostadas de pan caserito. En un platito había manteca y en otro dulce de leche.

La tazas eran las “durax” de color caramelo transparente y el mantelito de multicolores muñequitos. Las sillas de la cocina alrededor de la mesa.

Mi madre con su delantal de cocina me miraba sonriente esperando que me sentara . No la hice esperar mientras se servía el té en una taza.

De repente se abrió la puerta del fondo y apareció mi padre, con su pipa humeante su camisa y su corbata, nos saludo y también se sentó a la mesa con nosotras.

Yo quería abrazarlos, besarlos, decirles cuanto los quería, que venía del futuro y que tenía muchas cosas para contarles pero no logre emitir sonido alguno. Mi garganta estaba cerrada, muda, quieta y no me salió palabra.... Tan solo una lagrima que rodó por mi mejilla.

Al tomar el té cerré mis ojos y cuando los abrí los peces me rodeaban otra vez, estaba tendida boca arriba en el fondo del mar. Mis lagrimas se mezclaron con el agua salada del océano, entonces subí, subí y subí hasta la superficie y me encontré haciendo la plancha en la superficie agitada mientras que el sol me daba en los ojos encandilándome.

No sé cuánto tiempo estuve flotando allí. Esta vez me sentí triste y solitaria; como cuando un domingo se termina.

El pip pip pip del despertador y un insolente rayo de sol en los ojos me despertó.

Mire el reloj, eran las 8 de la mañana. Vi que mis manos tenían anillos, las venas y las manchas de siempre. Toque mi pecho y allí estaba. Era sin duda yo.

Demore unos segundos en sentir algo poco habitual cuando uno se despierta: mi cabeza, mi cuerpo y mi ropa estaban totalmente empapados.

Lleve mi brazo mojado a la boca y probé el inequívoco sabor salado del mar.

En el fondo del mar de mis memoria, existe una puerta celeste despintada con 6 vidrios. Si la abres encontraras a mi madre y a mi padre tomando el te.